Isa, sin filtros como siempre, se cruzó de brazos y se acercó a Ian mientras él se recargaba en su carro deportivo. Su mirada era tranquila, arrogante, como si nada del mundo pudiera tocarlo.
—Oye Ian —dijo Isa con descaro—, ¿por qué preguntaste por Ciel el otro día? ¿Te gusta o qué?
Él giró el rostro hacia ella lentamente, alzando una ceja con una sonrisa burlona. Luego soltó una carcajada seca, como si le hubieran contado el chiste más absurdo del mundo.
—¿Qué diablos? —se rió abiertamente—. ¿Yo fijarme en una niñita como ella? No me hagas reír, Isa.
Isa parpadeó, sorprendida.
—Pero... ella es linda, y...
Ian la interrumpió, negando con la cabeza mientras se cruzaba de brazos.
—Ciel no es mi tipo. Ni de cerca —escupió con frialdad—. ¿Por qué la buscaría? Hay chicas increíbles en esta universidad, modelos, influencers... diosas. ¿Y tú me hablas de ella?
La carcajada volvió, pero ahora era más amarga, más cruel.
—Carajo... si pudiera elegir entre todas, Ciel sería la última en mi lista.
Isa se quedó en silencio unos segundos, sin saber si reír o enfadarse.
—Eres un imbécil —le dijo en voz baja antes de girarse para irse.
Ian no respondió. Solo la observó alejarse con una sonrisa torcida. Pero apenas ella se perdió entre la multitud, esa sonrisa desapareció.
Su mirada se volvió más oscura. Más seria.
Y por un instante, se tocó el cuello, justo donde antes brillaba ese tatuaje extraño.
Desde lejos, Ciel lo había escuchado todo. Sus pasos se detuvieron. El corazón le palpitaba con fuerza. No sabía si del dolor... o de la confusión.
“Aunque me duela... al menos ya sé lo que piensa de mí”, pensó, bajando la mirada.
Isa corrió hacia mí en cuanto notó mi expresión. Me abrazó con fuerza, como si pudiera recoger los pedazos de mi corazón con sus brazos.
—Ya, nena... perdón. Ese idiota no vale la pena —susurró contra mi cabello—. Es un imbécil. No merece ni que lo mires.
No dije nada. Solo asentí con los ojos vidriosos.
Fuimos a clases como si nada. Bueno, al menos lo intentamos. Isa no se despegó de mí en todo el camino. En el aula, mientras esperábamos al profesor, me acariciaba la mano como si fuera una niña rota. Y quizás sí lo era.
El profesor entró, llevando consigo a un chico nuevo.
—Clase, tenemos un estudiante de intercambio —anunció con tono serio—. Su nombre es Jordan. Espero que lo reciban con respeto.
Todos voltearon a mirar. Jordan tenía el cabello negro azabache, tan oscuro que parecía absorber la luz. Su piel era pálida, pero no enfermiza; más bien como porcelana. Y sus ojos... sus ojos eran de un verde profundo, como un bosque oculto por la niebla.
Su mirada recorrió el salón, deteniéndose en mí.
Lo sentí. Fue como si una ráfaga de viento helado me atravesara.
Y entonces habló. Su voz era firme, grave, y extrañamente hipnótica.
—Profesor —dijo—, quiero que ella sea mi guía. Señaló sin titubear. A mí.
Los murmullos comenzaron de inmediato. Isa apretó más fuerte mi mano, sorprendida.
—¿Yo? —susurré.
El profesor frunció el ceño, un poco desconcertado por la petición directa.
—Bueno, si Ciel no tiene problema... —dijo, volviéndose hacia mí.
No sabía qué decir. Aún con el corazón destrozado por Ian, ahora este desconocido me elegía como si me conociera de antes. Como si hubiera venido por mí.
Jordan no apartaba su vista de la mía. Y algo en sus ojos me decía que él sabía más de mí de lo que debía.
Y de pronto, sentí aquel ardor familiar en el brazo, ese que no dejó marca, pero que volvió a quemar como si algo dentro de mí reaccionara a su presencia.
Isa, riendo, se levantó del asiento con dramatismo.
—¡Obvio que ella quiere! —dijo en voz alta, guiñándole un ojo al profesor—. Es la mejor de la clase. Vamos, Jordan, siéntate. Yo me cambio. Amiga, te llegó... ¡aprovéchalo!
Todos en el salón soltaron risitas, y algunas miradas se giraron hacia Ciel, quien solo bajó la cabeza con timidez, mientras Jordan le sonreía con seguridad y se sentaba a su lado.
—Encantado, Ciel —dijo él, con voz profunda y amable—. Espero que no te moleste que te hayan asignado como mi guía. Es que... apenas entré, y ya me pareciste interesante.
Ciel sintió cómo sus mejillas se encendían. No supo qué responder, solo asintió con una sonrisa nerviosa. Jordan soltó una pequeña carcajada.
—Tranquila, no muerdo —bromeó mientras hojeaba su cuaderno—. Bueno, solo si me provocan.
Ambos comenzaron a reír, y la conversación fluyó con naturalidad. Jordan era encantador, divertido, y su atención parecía estar completamente enfocada en ella.
Desde el otro lado del aula, Ian fruncía el ceño con evidente molestia. No dejaba de mirarlos. Su mandíbula estaba tensa, y sus ojos, entrecerrados, seguían cada gesto, cada risa, cada mirada que intercambiaban.
—¿Quién se cree que es ese tipo? —murmuró entre dientes.
Algunas chicas, sentadas cerca, también observaban con incomodidad.
—¿Qué hace Jordan con ella? —susurró una—. Es demasiado para Ciel. Él podría estar con quien quiera.
—Ni que fuera tan linda… siempre anda vestida como abuelita.
—Debe estar usando algún truco. Ya verás.
Las críticas flotaban en el ambiente, pero Ciel no parecía notarlas. Por primera vez, su sonrisa era genuina. Estaba cómoda. Y eso, más que nada, parecía molestarle a Ian.
Terminó la clase. Ciel comenzó a guardar sus libros con rapidez, pero antes de que pudiera cerrar su mochila, Jordan ya estaba ayudándola a recoger sus cosas con una sonrisa.
—Tranquila, yo te ayudo —dijo él, mientras recogía uno de sus cuadernos caído al suelo—. Tienes letra bonita... aunque no entiendo nada de física —bromeó.
Ciel rió bajito. Sentía sus mejillas aún calientes. Jordan era demasiado atento, y no estaba acostumbrada a ese tipo de amabilidad.
Desde unos pasos atrás, Isa los observaba risueña, cruzada de brazos como si estuviera viendo una telenovela en vivo.
—Bueno, bueno… —interrumpió con tono juguetón—. A ver, Jordan… ya que estás tan interesado en mi amiga, mínimo cuéntanos algo. ¿De dónde eres? ¿Cuánto tiempo vas a estar por aquí?
Jordan se giró hacia ella con una sonrisa segura.
—Soy de Boston, pero mi padre tiene raíces por acá. Me mudé hace poco con mi familia. Al menos estaré este año completo en la universidad... ¿y quién sabe? Si me gusta, puede que me quede más tiempo —respondió, mirando de reojo a Ciel.
Isa soltó una carcajada y empujó suavemente a su amiga con el codo.
—¡Ay, no! Ciel, mira que te van a sacar del mercado más rápido de lo que pensábamos.
—Isa… —susurró Ciel, visiblemente apenada.
Jordan se acomodó la mochila al hombro y añadió con una voz más suave:
—Además… creo que ya tengo una razón para quedarme.
Ambas chicas se quedaron en silencio un segundo. Ciel lo miró sorprendida, sin saber si había escuchado bien. Isa lo captó al instante, y solo levantó las cejas en señal de victoria.
—¡Ay, amiga! ¡A este paso te casas primero que yo!
Los tres comenzaron a caminar por el pasillo hacia la cafetería. Detrás, desde la puerta del salón, Ian los observaba con la mandíbula apretada, y sus ojos clavados en la figura de Jordan… y en Ciel, que reía sin miedo.
Jordan lo vio de inmediato. Ian estaba recargado contra una de las columnas del pasillo, con los brazos cruzados, la mirada fija en ellos como si pudiera leer cada palabra en sus rostros.
Ciel notó el ambiente cargado. Ese instante incómodo e inexplicable en el que las miradas se cruzan y el tiempo parece detenerse. Sintió un leve escalofrío recorrerle la espalda.
—Isa, vámonos —susurró con voz baja y tensa, tirando suavemente de su brazo. Isa, que también percibió la incomodidad, no dijo nada. Ambas se alejaron mientras los dos chicos se mantenían inmóviles, intercambiando una tensión silenciosa.