capitulo 4

Subí rápidamente a mi cuarto, cerrando la puerta tras de mí con un leve empujón. No quería hacer ruido. No quería que supieran que temblaba.

Apoyé la espalda contra la puerta y me dejé resbalar hasta el suelo. Mi respiración era agitada, descontrolada. El corazón me latía tan fuerte que sentía que iba a salirse del pecho.

Ese tatuaje… era el mismo.

No podía ser coincidencia. El símbolo extraño, como una luna invertida con líneas que la atravesaban, idéntico al que había comenzado a desvanecerse del cuello de Ian aquella tarde en el bus.

¿Por qué lo tenía mi padre? ¿Qué significa?

Me levanté tambaleándome y fui directo al espejo. Me observé el cuello, los brazos, incluso el dorso de las manos. No había marca. No había mordida. Pero aún así... sentía algo. Como un eco recorriéndome las venas.

Caminé hasta mi escritorio, abrí el primer cajón y tomé mi diario. Lo hojeé hasta encontrar la página donde había dibujado, de memoria, el tatuaje de Ian. Era el mismo. No tenía duda.

—Esto no tiene sentido —susurré.

Me senté en la cama, con la cabeza entre las manos. Necesitaba respuestas. Pero en esta casa, las preguntas eran pecado.

Saqué mi celular sin pensarlo y le escribí un mensaje a Isa:

"¿Estás despierta? Necesito contarte algo raro... MUY raro."

Esperé unos segundos, pero no llegó respuesta. Era tarde.

Me tumbé en la cama, mirando al techo. La luz de la luna se colaba por la ventana, bañando la habitación con un resplandor pálido.

¿Y si Ian no solo era un chico extraño? ¿Y si... era parte de algo más grande?

Cerré los ojos, deseando que el sueño me llevara lejos de todo eso.

Pero no dormí.

Solo escuchaba, muy bajo, como un murmullo lejano… una voz que decía mi nombre.

—Ciel...

Empecé a repasar un poco el libro de física mientras trataba de controlar mis pensamientos. La teoría de la relatividad no podía competir con el caos en mi cabeza, pero al menos me distraía.

El reloj marcó las 5:00 a.m. Me levanté. Me bañé, me peiné como de costumbre. Nada especial. Nada llamativo. Solo la rutina de siempre.

Mi ropa, como de costumbre, tan básica que a veces me preguntaba si yo también me volvía invisible al usarla.

Bajé a desayunar. Me sorprendió no ver a mi padre en la mesa. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no estaba dando el sermón matutino como cada día?

Mi madre me miró en silencio. Me sirvió el desayuno sin decir palabra. Luego inclinó la cabeza e hizo la oración de los alimentos. Yo la seguí como un reflejo condicionado, sin hacer preguntas, sin mirar demasiado.

Comí rápido. Casi sin saborear.

Al llegar a la universidad, el ruido del mundo volvió a golpearme con fuerza: bocinas, voces, pasos, risas… y allí estaba Isa.

La vi desde lejos y corrí hacia ella. Sin esperar un saludo, la tomé del brazo con urgencia.

—Isa… tengo que contarte algo.

Me aparté con ella a un rincón menos transitado del campus. Mis palabras salían atropelladas: le conté sobre la noche anterior, sobre la oración de las 3:00 a.m., el tatuaje en el cuello de mi padre… el mismo que el de Ian, y cómo mi madre reaccionó como si todo fuera normal.

Isa me escuchó en silencio… hasta que estalló en carcajadas.

—¡Ay, por Dios, Ciel! —dijo entre risas, dándome un golpecito en el brazo—. Eso es lo que pasa cuando nunca has tenido novio. ¡Te estás volviendo loca con la idea de un chico misterioso!

—No es gracioso —murmuré, sintiéndome aún más sola en mi confusión.

—¿Lees demasiadas novelas de fantasía, no? Vampiros, tatuajes, magia oscura… ¿En serio crees que tu papá y Ian están conectados?

Me crucé de brazos, sin responder. Tal vez sí sonaba loco. Pero algo en mí me decía que no era coincidencia.

Y justo en ese momento… lo vi.

Ian.

Bajándose de un carro deportivo negro, como si saliera de un maldito comercial.

Se veía diferente.

Más alto. Más seguro. Más... letal.

Sus ojos claros brillaban como el cristal bajo el sol. Su cabello rubio, peinado hacia atrás, relucía como oro.

Vestía de negro, completamente. Como si estuviera de luto… o preparándose para una guerra.

Tragué saliva.

—Mierda... —susurré, incapaz de apartar la mirada.

Isa volteó a verlo también y se quedó sin palabras.

Ian caminó con paso lento, decidido, como si cada paso tuviera un propósito. Y por un segundo… sus ojos se cruzaron con los míos.

Fue un instante.

Pero sentí que podía ver a través de mí. Que sabía todo lo que pensaba. Todo lo que soñé esa noche.

Isa me empujó levemente con el codo.

—Ciel… ¿me estás escuchando?

Yo apenas respiraba.

Y susurré, sin dejar de mirar a Ian:

—Él volvió…

Isa asintió con la cabeza, cruzándose de brazos mientras observaba cómo Ian se alejaba hacia el edificio principal con ese aire de intocable que siempre lo rodeaba.

—Sí… sigue siendo ese chico tan popular, solitario y perfecto —suspiró—. Carajo, qué lástima que tenga novia.

Su voz tenía un deje de sarcasmo, pero también una pizca de envidia contenida.

Yo seguía paralizada, sintiendo el corazón en la garganta.

Isa me miró de reojo, con una sonrisa pícara, y me dio un golpecito con el codo.

—Deja de pensar estupideces, Ciel —dijo mientras me tomaba del brazo para jalarme con ella—. ¡Ni siquiera sabes si ese tatuaje que viste era real! Estás estresada, eso es todo. Lo de tu papá fue raro, sí, pero no empieces a armar teorías de novelas.

—¿Y si no son teorías? —pregunté en voz baja, mirando al suelo—. ¿Y si estoy empezando a recordar algo que no debería?

Isa se detuvo en seco, soltó mi brazo y me miró fijamente.

—¿Recordar? ¿Cómo así?

La miré, dudando por un momento.

—Anoche… algo me pasó, Isa. Vi imágenes. Sentí cosas. Y cuando vi el tatuaje de mi padre, supe que no era la primera vez que lo veía.

Isa frunció el ceño.

—¿Estás diciendo que… Ian y tu padre tienen el mismo tatuaje? ¿Y que tú ya lo habías visto antes, pero no recuerdas dónde?

Asentí.

Ella chasqueó la lengua, nerviosa. Pero esta vez no se rió.

—Ok… eso ya no es tan gracioso. Ciel, eso sí suena raro. ¿Y si no es una casualidad?

—Por eso necesito averiguarlo. No puedo seguir ignorando esto. Algo me dice que Ian… no es solo un chico más en la universidad.

Nos quedamos en silencio unos segundos, hasta que la campana anunció el inicio de clases.

Isa me tomó del brazo otra vez, pero esta vez con más fuerza. Su expresión era seria.

—Entonces vamos con cuidado. Si ese chico volvió… es por algo. Y no quiero que te rompan el corazón, ni la cabeza.

Asentí.

Y juntas, entramos al aula.

Pero antes de cruzar la puerta, volteé una última vez… y vi a Ian de pie, apoyado contra la pared, mirándome fijamente.

Como si hubiera escuchado todo.

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