Ciel lo miraba paralizada. No podía moverse, no podía hablar. Todo su cuerpo temblaba, como si su alma intentara escapar de la verdad que acababa de escuchar.
—Yo... no quiero esto —murmuró, con voz quebrada—. No quiero ser diferente. Quiero ser normal.
Ian bajó la mirada, sus colmillos ya retraídos, pero su piel seguía brillando con ese rastro de poder que no podía ocultar.
—Lo sé... —susurró—. Pero ya no puedes huir. Tu sangre... ya se despertó. Y cuando eso pasa, no hay marcha atrás.
El silencio volvió a invadir el auto como una sombra espesa. Afuera, la noche los envolvía con su manto oscuro. Ni un solo coche, ni una luz en el camino… solo ellos y el destino que acababa de cambiar para siempre.
—¿Y Jordan? —preguntó Ciel, con la voz temblorosa—. Dijiste que viene por mí… ¿qué es lo que quiere?
Ian cerró los ojos un segundo, como si solo pensar en ello lo enfureciera.
—Tu sangre... —dijo con un suspiro amargo—. Con ella, él podría convertirse en el vampiro más poderoso de todos. Su