Mundo ficciónIniciar sesiónSerena
Emerson no me dió tiempo a responder, su otra mano se cerró alrededor de mi garganta con una presión firme y posesiva. Me empujó hacia atrás hasta que mi espalda chocó contra la pared de madera del confesionario, dejándome inmovilizada bajo su agarre y su mirada oscura. —Querías mi atención, Serena. Ahora la tienes —gruñó cerca de mi oído, mientras su pulgar acariciaba la piel sensible de mi cuello, controlando mi pulso acelerado. Con un movimiento brusco, me giró, estampando mi pecho contra la madera. Sus manos bajaron hasta mi cintura y subieron mi falda sin ninguna delicadeza, amontonando la tela en mi espalda baja. Su mano caliente fue directo a mi entrepierna. No pidió permiso, hundió dos dedos en mi vagina de una sola vez. Solté un gemido roto cuando sentí la textura de sus dedos deslizándose profundo por mi canal, entrando y saliendo con un sonido húmedo que delataba lo desesperada que estaba por él. —Estás goteando... —murmuró, con una mezcla de asco fingido y deseo voraz—. Mis dedos se deslizan tan fácil dentro de ti... Eres un desastre obsceno, Serena. Escuché el sonido pesado de la tela de su sotana levantándose y el siseo de una cremallera. Me empujó más fuerte contra la pared, obligándome a arquear la espalda y sacar el trasero, dejándome totalmente expuesta a él. Sentí la punta de su miembro, grueso y duro como el mármol, presionando contra mi entrada resbaladiza, buscando abrirse paso entre mis pliegues. —Vas a aceptar tu penitencia —dijo. Y de una sola estocada, se enterró en mí hasta el fondo, arrancándome un gemido brutal. La sensación fue inmensa. Su miembro se abrió paso por mi interior, estirándome deliciosamente, llenando cada rincón vacío de mi cuerpo con su grosor. Sentí cómo mis paredes se ajustaban a él, apretándolo, mientras él se acomodaba profundo, rozando cada terminación nerviosa sensible que tenía. —Tan apretada... tan jodidamente caliente —gimió él entre dientes. Emerson se retiró casi por completo, solo para volver a embestirme hasta el fondo, deslizando su miembro a lo largo de mi canal, golpeando profundo y haciéndome ver estrellas. El confesionario crujía con cada golpe de sus caderas contra mi trasero. —Dios mío... —jadeé. —No llames a Dios ahora —advirtió él, mordiendo la piel sensible debajo de mi oreja—. Él no te va a salvar de mí. —Emerson, por favor… —supliqué. Emerson respondió acelerando, golpeando en mi interior con una precisión despiadada, arrastrándome al borde. Mis gemidos se intensificaron y él cubrió mi boca con una de sus manos. —Córrete —ordenó él—. Mánchame con tu pecado, Serena. Me deshice. Un orgasmo violento me sacudió entera, mis paredes contrayéndose alrededor de su miembro. Emerson gruñó, un sonido animal. Se aferró a mi cintura y golpeó en mi interior con fuerza antes de vaciarse dentro de mí. Sentí su liberación inundando mi canal, bañando mis paredes con su esencia. La calidez de su eyaculación se extendió por mi vientre, una sensación de llenado absoluto y placentero. Me mantuvo presionada contra la pared, temblando, mientras nos recuperábamos del éxtasis compartido. Emerson se retiró lentamente, dejándome con esa sensación de vacío y plenitud al mismo tiempo. Se arregló la sotana con movimientos rápidos y precisos, volviendo a ser el sacerdote intocable en cuestión de segundos, aunque sus ojos seguían oscuros por la lujuria. Me giré, apoyándome en la pared para no caer, con la ropa desordenada y el rostro encendido. Él no me ofreció consuelo. En su lugar, me agarró del mentón y estampó su boca contra la mía en un beso hambriento, su lengua invadiendo mi boca para probarme, para recordarme a quién pertenecía ahora. Se separó bruscamente, dejándome sin aliento. —Ahora vete —dijo con voz ronca, abriendo la cortina para dejarme salir—. Reza diez Ave Marías. Y vuelve mañana a la misma hora... porque tu penitencia no ha terminado.






