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El sabor del pecado
El sabor del pecado
Por: Emerson Writer
#1 El hermano equivocado

Nicole

—Ese vestido blanco es una mentira, y lo sabes. Es demasiado puro para los pensamientos sucios que tienes cada vez que me miras a mí en lugar de a él.

La voz de Devian golpeó el aire denso de la habitación como un látigo de terciopelo. Grave, oscura, vibrando en una frecuencia tan baja que no la escuché con los oídos, sino directamente en mi vientre.

Me quedé inmóvil frente al espejo de cuerpo entero. Mi reflejo me devolvía la imagen de una novia perfecta. Maquillaje intacto, cabello perfecto y el encaje de mi vestido inmaculado. Pero la duda en mis ojos me delataba.

Escuché el clic del seguro de la puerta. Fué un sonido seco, definitivo. El ruido de afuera, las voces y las risas de los invitados quedaron amortiguados, dejándonos encerrados en un silencio cargado de electricidad estática.

—¿Qué estás haciendo? —murmuré, ocultando mi pánico interno ante su inminente cercanía—. Vete, Devian —dije, pero no sonó como una orden, sino como una súplica.

Lo que fuera, él lo ignoró.

Lo ví acercarse a través del espejo. Se movía con esa elegancia depredadora que siempre me había dejado sin aliento.

Llevaba un traje negro hecho a medida que se tensaba deliciosamente sobre sus hombros anchos cada vez que se movía. Llevaba una fragancia intensa y adictiva que envolvió el cuarto, embriagándome.

Ese era el problema. Mientras mi prometido, su hermano menor, estaba abajo emborrachándose con sus amigos de la universidad y riéndose como un niño, él era un hombre. Un hombre peligroso, serio, la oveja negra que había vuelto solo para atormentarme.

—No me iré —dijo, deteniéndose justo detrás de mí, lo suficientemente cerca para que su calor corporal atravesara las capas de tul y seda de mi vestido—. No cuando hueles así, Nicole.

—¿Así cómo? —pregunté, y mi corazón golpeó mi pecho cuando inclinó su rostro hacia la curva de mi cuello.

—A duda —respondió con simpleza y sentí mis hombres tensarse—. A miedo… —hizo una pausa, inhalando profundo cerca de mi lóbulo, sin tocarme todavía, pero su cercanía era tan abrumadora que sentí mis pezones endurecerse dolorosamente contra la tela del corsé—. Y a deseo.

Contuve el aliento por un instante. Tenía razón. Dios, tenía tanta razón que dolía.

Mi entrepierna palpitaba, húmeda y caliente, traicionándome de la manera más vergonzosa. Solo con tenerlo detrás, sintiendo su aura dominante llenar la habitación, mi cuerpo se preparaba para él, no para el hombre con el que se suponía que me casaría en dos horas.

Devian dió un paso más, eliminando cualquier distancia. Su pecho chocó contra mi espalda. Era un muro sólido de músculo y calor. Puso sus manos sobre el tocador de mármol, a cada lado de mi cintura, dejándome atrapada entre su cuerpo esbelto y el mueble frío.

—Estás cometiendo un error —murmuró contra mi oído, y su aliento cálido me erizó la piel—. Él no sabe cómo tocarte. No sabe lo que necesitas. Él piensa que eres esta princesa de porcelana… —soltó una risa ronca, oscura, que hizo vibrar mi columna—. Pero yo sé lo que ocultas. Él no es más que un niño que nunca sabrá qué hacer con una mujer como tu.

Levanté la vista hacia el espejo y nuestras miradas chocaron. Sus ojos oscuros me devoraban, llenos de una posesividad cruda que me hizo pasar saliva.

—No puedes hacerme esto hoy… —supliqué, aunque instintivamente arqueé la espalda, presionando mi trasero contra su bragueta. Pude sentir la dureza de su erección, gruesa y pesada, marcándose contra la tela de su pantalón de vestir.

Mi boca se abrió ligeramente, buscando aliento. Saber que lo tenía así, duro por mí en el día de mi boda, desató un torrente de lubricación que sentí deslizarse caliente entre mis muslos.

—No estoy haciendo nada que tú no quieras —respondió él, con esa voz autoritaria que no admitía réplicas.

Deslizó una de sus manos desde el mármol hacia mi cadera. Sus dedos eran largos, fuertes, exquisitos. No eran manos toscas, eran las manos de alguien que sabía exactamente cómo destruir y reconstruir a una mujer. Apretó mi cintura con firmeza, arrugando la tela perfecta del vestido, marcando su territorio.

—Devian… —susurré en súplica, sintiendo que el aire se volvía escaso.

—Shh…

Devian se inclinó levemente y, con una lentitud tortuosa, metió su mano bajo las interminables capas de tul del vestido, mientras su boca besaba y lamía la piel sensible de mi cuello de una manera lenta y seductora. Jadeé, echando la cabeza hacia atrás, apoyándola en su hombro.

Sus dedos subieron despacio, trazando un camino de fuego sobre la piel desnuda de mi muslo, apartando la tela pesada, invadiendo mi espacio más íntimo. Sentí cómo su toque rozaba el liguero de encaje, subiendo más y más, hasta detenerse peligrosamente cerca del borde de mi ropa interior, que ya estaba empapada por mi propia necesidad.

Gemí cuando metió su mano dentro de mis bragas, acariciando mis pliegues empapados, estimulando mi clítoris sensible. Aferré mis dedos al borde del mueble. Lo sentí sonreír contra mi cuello.

Nuestras miradas se encontraron en el espejo. Hundió dos de sus dedos en mi canal, bombeando lento y profundo. Me empujó con su cuerpo contra el mueble, clavando su erección en la espalda baja.

—Dime que pare y me iré —murmuró en mi oído, su voz ronca por la excitación—. Pero si te quedas callada, voy a reclamar lo que es mío antes de que camines hacia ese altar.

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