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#2 El hermano equivocado

Nicole

Abrí la boca para responder, para decirle algo, cualquier cosa. Pero de mi garganta no salió ninguna palabra, ni una sola sílaba coherente. Solo se escapó un gemido roto, ahogado y vergonzoso.

Devian no necesitaba más respuesta que esa. Su mano, que ya estaba enterrada profundamente bajo mi ropa interior, no se detuvo ni un segundo. Al contrario, aumentó el ritmo de sus movimientos.

Sus dedos me llenaban mientras bombeaba mi canal de adentro hacia afuera con un ritmo sucio y experto. El sonido húmedo de sus dedos entrando y saliendo de mi vagina resonó en el silencio tenso de la habitación.

Sentía sus dedos frotando mis paredes internas, deslizándose con una facilidad pecaminosa gracias a la abundante cremosidad que mi propio cuerpo estaba produciendo para él. Nunca antes me había sentido tan excitada.

—Estás tan mojada para mí... —gruñó contra mi oído, mordiendo el lóbulo con una posesividad provocadora.

Aceleró el movimiento de sus dedos dentro de mí, buscando mi punto exacto, haciéndome temblar las rodillas y aferrar mis dedos al borde del mueble hasta que mis nudillos se pusieron blancos.

—Mírate —ordenó, su voz ronca vibrando en mi columna—. Mira cómo la novia perfecta abre las piernas para el hermano del novio.

Me obligó a mirar el reflejo. La imagen era devastadora. Yo, deshecha, con el vestido arremangado, y Devian detrás, oscuro, enorme, dominándome.

Escuché el sonido de su cremallera. Se liberó con impaciencia, sacando sus dedos de mi interior de golpe, dejándome vacía por un segundo agónico. Me tomó de las caderas con sus manos grandes, sus dedos hundiéndose en mi carne con fuerza, marcando su territorio.

—Vas a sentirme todo el día —advirtió.

—Devian… —gemí al sentir la punta de su miembro presionando contra mi entrada.

Devian se hundió en mi canal de una sola estocada lenta, abriéndome y llenándome desde atrás. Su miembro ocupó cada centímetro de mi interior, frotando mis paredes con un grosor que me dejó sin aliento. Me sentí deliciosamente llena.

—Tan apretada... —siseó él entre dientes, tensando la mandíbula, conteniéndose —. Tu coño se siente tan jodidamente bien.

Se retiró casi por completo antes de volver a llenarme de una sola embestida profunda, deslizando su miembro en mi húmedo canal, arrancándome un gemido.

Continuó follándome de una manera que me volvió un desastre. El sonido de sus caderas chocando contra mi trasero y el ruido húmedo de nuestra fricción llenaban la habitación.

—Deje que todo allá afuera escuchen quién te está follando, Nicole —dijo, tomándome con firmeza de las caderas y empujando más fuerte en mi interior—. Y cuando estés en el altar diciendo “Sí, acepto” aún podrás sentirme dentro de ti.

La crudeza de sus palabras hicieron que mi vientre se apretara y una marea de calor bañara mi cuerpo entero.

—Devian, por favor… —lloré, el placer acumulándose como una tormenta.

El roce constante, la presión de su cuerpo duro y la visión de nosotros en el espejo fueron demasiado. Me vino un orgasmo devastador, mi coño aferrándose a su miembro mientras seguía embistiendo con una deliciosa violencia.

—Mía —gruñó—. Eres jodidamente mía.

Se aferró a mi cintura con una fuerza brutal y dio tres estocadas finales, despiadadas, enterrándose en mí hasta el fondo de mi canal antes de vaciarse.

Sentí los espasmos de su verga latiendo muy profundo en mi interior, y luego el calor inconfundible de su semen inundándome, llenándome por completo, derramándose dentro de mí en oleadas espesas.

Me mantuvo ahí, clavada contra el tocador, asegurándose de que sintiera cada gota de su esencia marcándome.

Lentamente, Devian se retiró. Mantuvo una de sus fuertes manos sosteniéndome por la cintura y, con una ternura posesiva, acomodó mi ropa interior y bajó las capas de mi vestido, pero sin limpiar el desastre interno. Quería que lo llevara conmigo al altar.

Relamí mis labios sintiendo la boca seca y antes de poder emitir palabra, él me giró, pegándome contra su pecho, y me besó de una manera devastadora.

Su boca reclamó la mía con una intensidad deliciosa. Su lengua húmeda tenía un suave rastro a whiskey y gemí en medio del beso cuando me apretó contra su cuerpo. Sus dedos se deshicieron del velo, dejándolo caer al suelo, quitándome el último símbolo de esa farsa.

Cuando finalmente rompió el beso, nuestras frentes quedaron unidas, respirando el mismo aire cargado de lujuria y pecado. Sus manos acunaron mi rostro, sus pulgares acariciando mis pómulos con una firmeza que no admitía dudas. Sus ojos oscuros me taladraron, intensos y decididos.

—Olvídate de esto, Nicole —ordenó, su voz ronca y grave vibrando contra mi piel—. De la boda y de él.

Sus ojos azul oscuro descendieron a mi boca y luego volvió a clavarme la mirada.

—Eres mía y no dejaré que pertenezcas a nadie más. Nos iremos de aquí. Ahora.

Mi corazón latía desbocado contra mis costillas. La duda de antes se había convertido en una certeza absoluta.

Miré el velo tirado en el suelo, luego sentí la humedad de su semen escurriendo entre mis muslos, recordándome a quién realmente quería pertenecer en cuerpo y alma.

—Sí —susurré, rindiéndome a lo inevitable—. Quiero ir contigo.

Una sonrisa depredadora, cargada de satisfacción, curvó sus labios. No esperó ni un segundo, volvió a capturar mi boca en un beso voraz, sellando el pacto, reclamándome una vez más.

Se separó apenas unos milímetros, rozando mis labios con los suyos al hablar.

—Nos vamos a casa, nena —murmuró, con una promesa oscura brillando en sus ojos—. Aún no he terminado contigo.

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