Mientras tanto, en Nueva York…
Laura se encontraba instalada en la lujosa mansión de su padre, Arturo Villaseñor. Desde hacía varios días, disfrutaba de la comodidad y el esplendor que siempre había rodeado su vida, sintiéndose confiada de que su suerte había cambiado para bien. Todos los problemas que había enfrentado con Luis Fernando, así como la trágica muerte de Daniel, el fotógrafo, parecían haber quedado atrás, enterrados bajo el peso de la influencia poderosa de su padre. Arturo había utilizado su fortuna para comprar el silencio de la justicia, asegurándose de que su hija pudiera vivir una vida feliz, ajena a las consecuencias de sus actos.
Desde la última visita de Ernesto a su casa, donde había descubierto que Laura había sido la culpable de su accidente, Villaseñor se había encargado de mantenerlo callado. Con una fuerte suma de dinero, logró que Ernesto, a pesar de su inicial negativa, aceptara el trato. Arturo Villaseñor era un hombre astuto y calculador; sabía que