El silencio en la cocina se volvió abrumador, se creó una atmósfera pesada que las envolvió a ambas. Monserrat, con el corazón latiendo con fuerza, se preguntaba con asombro por qué la reacción de Grecia había sido tan repentina y drástica. La expresión de su rostro era un reflejo de incredulidad y temor, lo que inmediatamente la puso en alerta.
—¿Pero qué pasa, Grecia? —preguntó Monserrat, preocupada, su voz temblaba de angustia—. ¿Por qué te has puesto así, como si hubieras visto algo malo?
Mientras tanto Grecia se había puesto pálida como un papel, comenzó a sudar frío. Tenía la foto en su mano la cual le temblaba de forma involuntaria, estaba muy nerviosa, se sentía incapaz de soportar más la presión, y en ese momento buscó sentarse en uno de los bancos del enorme mesón de la cocina. Sus piernas temblaban, pero respiró profundamente, intentando recuperar la compostura.
—Es que esto no puede ser —murmuró, exclamaba con su voz entrecortada mientras sus ojos se mantenían fijos en la