Grecia observaba la sala de espera con una mezcla de ansiedad y angustia que le hacía sentir un nudo en el estómago. Sus manos temblaban ligeramente mientras se aferraba con fuerza a los brazos de la silla, como si intentara anclarse a algo en medio de la tormenta emocional que la envolvía. Las horas parecían eternas; cada segundo que pasaba se sentía como un peso insoportable sobre su pecho. Finalmente, cuando la puerta se abrió y el doctor apareció, su corazón se aceleró, latiendo con fuerza, como si estuviera a punto de salir de su pecho.
—Doctor, por favor, díganos cómo salió todo. ¿Cómo está mi hijo y Luis Fernando? —preguntó, con su voz temblorosa, claramente se podía percibir la fragilidad de su estado emocional.
El doctor, con una expresión serena y un tono suave que transmitía calma, respondió:
—Pueden estar tranquilos. La operación ha sido un éxito rotundo. Guillermito se encuentra fuera de peligro, y su padre también.
Las palabras del médico fueron como un bálsamo para su