El ambiente en la sala se tornaba tenso. Los murmullos de los presentes se escuchaban como ecos inquietantes, mientras todos contenían la respiración, esperando el veredicto que cambiaría sus vidas para siempre. El juez, con su toga negra ondeando ligeramente, se acomodó en su asiento. Su mirada era seria, y su presencia imponía respeto y temor a la vez.
—Señoras y señores —comenzó el juez, con una voz fuerte y autoritaria que intimidó a Grecia y a Luis Fernando. Guillermo, a pesar de su nerviosismo, se encontraba más optimista—. Después de considerar cuidadosamente todas las declaraciones, testimonios y pruebas presentadas durante este proceso, y pensando en el bienestar de los menores involucrados, he llegado a una decisión.
Un murmullo se extendió rápidamente por toda la sala, como un susurro colectivo de inquietud. Grecia apretó los puños, sintiendo que su corazón latía con fuerza como si se fuera a salir de su pecho, mientras que Luis Fernando la observaba desde su podio, intenta