Después del conflicto que había causado Úrsula, Mercedes no podía quedarse de brazos cruzados. Tenía que buscar una forma de arreglar las cosas entre Grecia y Guillermo. Además, estaba segura de que solo se trataba de un capricho de su sobrina, quien buscaba una vida cómoda sin tener que trabajar y había visto en Guillermo al candidato perfecto para eso. Así que dejó encargado del restaurante a su empleado de confianza y, sin decirle nada a Guillermo, se fue a buscar a Grecia a la casa de este. Debía encontrar la manera de convencerla para que perdonara a Guillermo.Al llegar a la mansión, tocó el timbre. Sabía que sería Matilde quien abriría la puerta, con la que nunca se había llevado bien.—Hola, ¿cómo estás, Matilde? Por favor, necesito hablar con Grecia. ¿Se encuentra en casa? —le dijo ansiosa.Matilde, con una expresión de desagrado al verla, le respondió:—Sí, la señora llegó hace media hora y subió a su habitación, pero no creo que esté en condiciones de atenderla.—Pues avísa
Guillermo, aún incrédulo de lo que había pasado entre ellos, la observaba mientras acariciaba su piel con ternura. Le parecía un sueño estar allí con ella.—Eres tan bella, tan suave, tan frágil —le decía.Grecia, sintiendo un poco de vergüenza al estar desnuda junto a él, respondió con el rostro ruborizado:—No me mires así, que me muero de la pena.—¿Por qué, bonita? Si eres una mujer hermosa. Me has hecho el hombre más feliz del mundo. No sabes cuánto te deseaba, cuánto anhelaba hacerte mía. —Tú has hecho que me enamore de ti Guillermo. La verdad es que no me había dado cuenta de lo que sentía hasta que te vi besándote con esa mujer.Guillermo enseguida tapó sus labios con un dedo, haciendo un sonido con los labios que sugería que no dijera nada.—No recordemos eso, por favor, mi amor. No sabes lo avergonzado que me sentí cuando llegaste allí y me encontraste con Úrsula. Esto no lo planifiqué; todo sucedió inesperadamente. No quiero ser poco caballeroso, pero te juro que ella fue
El licenciado Burgos, la mano derecha de Armando Ripoll durante muchos años, se había ganado la confianza del patriarca de la familia. Armando lo había nombrado albacea de su fortuna, confiando en que su imparcialidad y profesionalismo garantizarían que su legado se administrara de manera justa y eficiente, sin que los miembros de la familia pudieran tocar el dinero directamente. En el despacho, se respiraba un ambiente lleno de tensión, y todos los presentes esperaban ansiosos las palabras que cambiarían sus vidas para siempre.El licenciado comenzó con la lectura: —Yo, Armando Ripoll, en pleno uso de mis facultades, declaro que a mi fallecimiento, la fortuna de la familia Ripoll será destinada a mi primer nieto varón, hijo de Luis Fernando —anunció el licenciado con voz firme.Un murmullo recorrió la sala. Todos quedaron boquiabiertos ante la contundente cláusula. Greta, que había estado esperando con ansias para reclamar su parte de la herencia, sintió que el suelo se desvanecía b
El licenciado Burgos, tras pronunciar las últimas palabras del testamento, concluyó con un suspiro, mirando a todos los presentes. El ambiente en el despacho era pesado, cargado de sentimientos encontrados.—Y así concluye la lectura del testamento de Armando Ripoll —dijo, con su voz fuerte y clara en medio del silencio—. Les pido que recuerden que cada cláusula debe cumplirse sin demora. Las decisiones que tomó el señor Armando Ripoll fueron con un propósito muy claro: asegurar el futuro de la familia. Por lo tanto, les sugiero que cumplan con su voluntad a cabalidad.Un silencio incómodo se apoderó del despacho. Greta, incapaz de contener su frustración, se levantó de su asiento con una actitud desafiante, decidida a hacer cualquier cosa por impugnar el testamento.—¡Esto no puede estar pasando! —gritó, con su voz temblando de indignación—. No voy a aceptar esto sin luchar por lo que es mío. Ese testamento es un error, lo voy a mandar a invalidar. Soy su viuda y, como tal, debo ser
Grecia sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. Las risas y conversaciones de los clientes se convirtieron en un eco distante, y todo lo que podía escuchar en ese momento era el latido acelerado de su corazón. La imagen de Luis Fernando, vestido de gala y sonriendo junto a Laura, anunciando su boda, se instaló en su mente, y una mezcla de emociones la invadió. La traición, el dolor y la impotencia se entrelazaron en su pecho, y sintió que las lágrimas estaban a punto de brotar.—Grecia, ¿estás bien? —preguntó Guillermo, preocupado, notando su palidez y la forma en que su mano temblaba al sostener el celular.Ella intentó sonreír, pero el gesto fue más una expresión de angustia que de alegría.—Solo… solo estoy un poco cansada —respondió, tratando de desviar la conversación.Guillermo, inquieto, se acercó un poco más, buscando en sus ojos la verdad que sabía que ocultaba.—¿Qué fue lo que viste en el celular que te alteró tanto? —insistió, con un tono suave pero firme, no que
Mientras tanto, en la mansión de los Ripoll…Greta estaba sumida en su silencio y frustración, sentada en un lujoso sofá mientras observaba todo lo que la rodeaba. Se mostraba renuente a aceptar la última voluntad de Armando; estaba furiosa y sentía impotencia al darse cuenta de que todo lo había hecho premeditadamente para causarle dolor y despojarla de todo.—Esta casa es mía. Todo esto lo construí gracias a mi ingenio. No voy a permitir que Armando me destruya, aún después de muerto —pensó con determinación.Pablo, que la había estado observando desde hacía unos minutos, se acercó a ella, aprovechando que por fin no había nadie más en la mansión.—¿Puedo acompañarte? —le dijo con una mirada insinuante.—Quiero estar sola, así que puedes desaparecer. O mejor aún, puedes largarte en este preciso momento. Como te habrás dado cuenta, Armando se encargó de despojarme de todo. Si esa era la razón por la cual regresaste a mi vida, ya te puedes dar cuenta de que no puedes sacar nada de din
Guillermo comenzaba a excitarse cada vez más, apretándola contra su cuerpo, sintiendo su aroma y la suavidad de su piel. La deseaba con locura, estaba a punto de despojarla del camisón cuando, de repente, Grecia retiró su mano de forma violenta y se volteó, diciéndole:—No, Guillermo, hoy no quiero.La reacción de Guillermo fue como si un balde de agua fría cayera sobre él. Se quedó paralizado, frustrado y abrumado por la confusión. Sentía un nudo en el pecho, mientras su corazón latía con fuerza, pero no por deseo, sino por desprecio. La decepción lo envolvió, y una mezcla de impotencia y tristeza lo invadió.—¿Pero qué pasa, Grecia? Creí que después de fijar la fecha de nuestra boda, querrías estar conmigo para celebrar—le dijo, sorprendido y con la voz entrecortada.Grecia permanecía en silencio, buscando las palabras adecuadas para justificar su apatía. En el fondo, se sentía afectada por la inminente boda de Luis Fernando. A pesar de la atracción que sentía por Guillermo, no podí
Al día siguiente…La luz del sol se filtró a través de la ventana y despertó a Grecia. No había conciliado el sueño en toda la noche y, finalmente, se había quedado dormida casi al amanecer.Al girarse en la cama, se dio cuenta de que Guillermo no estaba allí. Se preguntó si se había levantado muy temprano o si, en realidad, no había pasado la noche con ella. “Dios mío”, pensó, “no sé por qué siento esta confusión en mi corazón.” La reciente noticia de la boda de Luis Fernando la había dejado desconcertada. “No estoy segura de querer casarme con Guillermo. ¿Qué hago, Dios mío? ¿Qué hago?”Grecia estaba completamente contrariada; nunca imaginó que enterarse de la boda de Luis Fernando le generaría tanta confusión.En ese momento, la puerta se abrió y entró Guillermo, vestido con pijama y descalzo.—Guillermo, pensé que habías salido muy temprano. ¿Dónde estabas? —preguntó Grecia, con un tono de sorpresa.Guillermo suspiró, tratando de contener la molestia que le había causado el rechaz