Mientras Guillermo se encontraba en el laboratorio, sumido en la ansiedad y la esperanza de saber los resultados de sus análisis, Montserrat había tomado una decisión crucial: se marcharía a Nueva York. La noche anterior, con el corazón lastimado y la mente llena de pensamientos contradictorios, había comprado su pasaje via online. Todo lo había hecho en un tiempo récord, sentía que si lo pensaba mucho, no tendría el valor de marcharse. Sabía que debía dejar atrás Cancún, un lugar que había sido testigo de sus sueños y desilusiones, pero que, en ese momento, sentía que ya no podía ofrecerle nada. Especialmente ahora con esa aparición de su supuesta madre, una mujer por la que no sentía la más mínima empatía después de saber que la había entregado en adopción, a cambio de dinero.
Con la última maleta ya empacada y lista para partir, Montserrat se detuvo un momento en su habitación. Miró a su alrededor, observando cómo cada rincón de la casa parecía contar una historia. Había decidido