Los nietos

—¿Pero qué está diciendo? ¡Eso no puede ser verdad! —exclamó Montserrat, completamente incrédula.

—¿Hasta dónde llega su osadía, señora? ¿De dónde saca usted que es la dueña de esta casa y del hotel? —preguntó Guillermo, visiblemente molesto.

—No es ninguna osadía, es la verdad. Yo soy la persona que compró ambas propiedades y no quise que mi nombre fuera revelado porque imaginé que Montserrat, al saberlo, no iba a aceptar vivir en esta casa —respondió Mónica con firmeza.

—Señora, lo que está diciendo es el colmo de lo absurdo. Usted trabajó supuestamente para mis padres como sirvienta y ahora resulta que es la dueña de todo lo que dejó mi padre. ¿Me puede explicar cómo lo hizo? Porque usted me entregó en adopción porque no podía mantenerme, y ahora resulta que es la dueña de todo —decía Montserrat, llena de coraje, se sentía impotente.

—Todo tiene una explicación —respondió Mónica con serenidad, a pesar de la tensión que se vivía en la sala.

—Muy bien, señora. Entonces explíquenos
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