Diana estaba sumida en una mezcla de miedo y anticipación mientras la llevaban a la sala de partos. A pesar de haber pasado por esto antes, los recientes eventos le habían dejado una angustia profunda, y esta vez el proceso se sentía extraño y aterrador, como si fuera su primera vez.
Fuera de la sala, Rodolfo esperaba junto al médico, que acababa de revisar a Diana.
—Todo parece ir bien —informó el doctor con tono tranquilizador—. La labor de parto ha comenzado, y su presión arterial se estabilizó.
Rodolfo lanzó un suspiro de alivio, aunque la tensión aún se reflejaba en su rostro. De repente, escuchó un grito a lo lejos. Al voltear, vio a Joaquín corriendo hacia él, su rostro reflejando una mezcla de pánico y desesperación.
—¡¿Cómo está mi esposa y nuestra bebé?! —exclamó Joaquín, sin aliento.
Rodolfo puso una mano en su hombro, tratando de calmarlo.
—Ya está en la sala de partos, Joaquín. Pronto, muy pronto, conocerás a tu hija.
El médico se acercó y le hizo un gesto a Joaquín.
—Acom