Capítulo 47 – Bebé a bordo.

Los días que siguieron a nuestra primera visita a la clínica estuvieron marcados por una rutina frágil, como si camináramos sobre cristal. Alex mantenía la promesa que me había hecho aquella noche: intentaba contener la rabia, aunque a veces el esfuerzo se notaba en sus silencios prolongados, en la manera en que apretaba los puños al no poder alcanzar un vaso sin ayuda, o en el ceño que se le fruncía cuando Rosa insistía en acompañarlo hasta el baño.

Yo lo observaba en cada detalle. No porque desconfiara, sino porque quería anticiparme a sus frustraciones, sostenerlo antes de que se rompiera por dentro. Descubrí que había pequeñas batallas que podía ganar sin necesidad de hablar: dejarle preparar el café aunque me desesperara la lentitud de sus movimientos, fingir que necesitaba que él sostuviera los documentos que traía de la oficina para que sintiera que todavía podía cuidarme, reírme con sus bromas torpes aunque supiera que detrás se escondía un intento de disimular su dolor.

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