El amanecer entró tímido por las cortinas, bañando la sala en un resplandor suave. Me desperté abrazada al brazo de Alex, con el sonido acompasado de su respiración llenando el silencio. El cachorro roncaba a los pies del sofá, como si hubiera decidido convertirse en guardián nocturno de nuestro pequeño mundo.
Me quedé quieta un rato, disfrutando de esa escena. Era un instante sencillo, pero tenía el poder de curar todas las grietas que los últimos días habían abierto en mí. Alex estaba aquí. Estábamos juntos. Y yo había decidido —en silencio, en secreto— que algún día tendríamos algo más: una familia.
Cuando él abrió los ojos, me encontró observándolo.
—¿Qué? —murmuró con la voz ronca de recién despertado—. ¿Tengo cara de monstruo?
Solté una risa suave.
—Tienes cara de haber sobrevivido a una guerra, y de seguir siendo el hombre más guapo del mundo.
Él ladeó la boca en una sonrisa cansada.
—Eso sí que es amor ciego.
Lo ayudé a incorporarse despacio. Cada movimiento era un recordatori