Me quedé quieta en el pasillo, con la taza de té entre las manos, temiendo que cualquier movimiento delatara mi presencia. Las palabras de Alex seguían repitiéndose en mi cabeza, una y otra vez, como un eco que no sabía cómo silenciar: “Isla merece saber la verdad”.
La verdad.
El corazón me latía tan fuerte que temí que se escuchara a través de la puerta cerrada. No entendía nada. Habíamos pasado por la tormenta, habíamos sobrevivido a noches de hospital, a miedos insoportables, y justo ahora, cuando por fin la vida nos sonreía, ¿aparecía una sombra más?
Me incliné un poco, intentando escuchar mejor. El murmullo grave de Charles se mezclaba con el golpeteo lejano de platos en la cocina, donde Margaret aún buscaba álbumes y recuerdos. No alcancé a distinguir las palabras exactas, pero percibí la tensión. No era una charla ligera entre padre e hijo, era un choque contenido, una batalla soterrada.
—No es el momento —alcancé a oír la voz de Charles, baja, cortante.
—El momento nunca llega