La segunda cita con el terapeuta era el jueves por la tarde. Como la vez anterior, Alex aceptó sin protestas que yo lo llevara. Había estado tan bien toda la semana anterior que casi olvidaba por qué habíamos iniciado esas sesiones. Su sonrisa, sus bromas, sus pequeños gestos… todo me había hecho creer que habíamos vuelto a ser los de antes.
—¿Lista para otra tarde juntos? —me preguntó mientras subíamos al auto.
—Siempre —respondí, intentando esconder lo mucho que me ilusionaba esa constancia.
Durante el camino hablamos de cosas ligeras: una película que queríamos ver, el nuevo restaurante que habían abierto cerca, un posible viaje para el verano. Él parecía relajado, incluso animado. Al llegar, me besó antes de entrar al edificio y me dijo:
—No tardes en aburrirte ahí fuera.
Sonreí. Saqué mi libro del bolso y lo abrí mientras lo veía alejarse por el pasillo. Me acomodé en el asiento del auto, dejando que la música suave llenara el silencio. El sol de la tarde se filtraba por el parab