Los colmillos del rey vampiro no estaban expuestos; no necesitaba hacerlo. Bastaba con que ofreciera su muñeca abierta, y ella bebiera de la herida como si fuera la única fuente de vida disponible para ella… porque, en cierto modo, lo era.
El sonido de Vecka succionando la sangre era lento, húmedo, repetitivo. Un sonido que al principio la enfermaba, luego la avergonzaba, y ahora la mantenía viva, pero esa respiración entrecortada de ella cuando absorbía cada gota, provocaba en Xylos un tipo de furia que él no lograba dominar del todo. No era solo celos. Era humillación e impotencia. El simple echo de sentir a la mujer que amaba depender del hombre al que más detestaba en todo el mundo, lo molestaba.
Kaiser, como siempre, disfrutaba cada segundo.
—Vamos, pequeña luna —murmuró el vampiro con una sonrisa ladeada—. Despacio. No tienes que acabármela de un solo trago.
Vecka soltó su muñeca con un jadeo suave, limpiándose los labios con el dorso de su mano. Sus mejillas estaban un