Kian miraba a su alrededor en donde la manada reía, bailaba, cantaba. Algunos lobos en forma humana jugaban con niños pequeños, otros competían en fuerza y velocidad. Era un ambiente que transmitía pertenencia, algo que él empezaba a sentir por primera vez en mucho tiempo, aunque fuera un humano. Sin embargo, la conversación cambió de tono cuando uno de los hombres se inclinó hacia él con una sonrisa ladeada.
—Aún me sorprende que el alfa te permita vivir con su luna —comentó con una voz cargada de curiosidad y un dejo de burla.
Kian lo miró confundido, parpadeando mientras levantaba la botella.
—¿Su qué?
El grupo de hombres intercambió miradas. El moreno alto, de ojos grises y mandíbula firme, suspiró y le dio un codazo a su compañero, como reprochándole su imprudencia.
—La luna —respondió con calma, volviendo su atención hacia Kian—. La compañera destinada del alfa. Quien gobierna a su lado. La que comparte su alma.
Kian frunció el ceño, sintiendo un nudo formarse en su gargan