Vecka estaba sentada en el amplio ventanal de la habitación, con las rodillas recogidas y el rostro iluminado por la luz de la luna. Llevaba puesta una bata ligera, el cabello suelto cayéndole en ondas sobre los hombros. Había pasado buena parte de la tarde mirando el bosque, sin hacer nada, sin pensar en nada… o tratando de no pensar en él. En Xylos, pero el corazón era traidor, y cada latido la empujaba a recordarlo: su voz grave, su olor a bosque y fuego, la manera en que la abrazó aquella noche cuando el miedo la dominó.
Un sonido en la puerta la sacó de su ensimismamiento. El clic del picaporte, suave pero firme. Giró la cabeza, y su corazón dio un salto cuando vio a Kian entrar. Llevaba el cabello un poco húmedo, la camisa desabotonada por la mitad, el pecho cubierto de un ligero brillo de sudor. Tenía ese aire cansado, pero cálido, que siempre lo había caracterizado.
—Te esperaba —dijo ella con una sonrisa leve, sincera, buscando con la mirada ese refugio que siempre encontra