Marta volteó a ver quien la llamaba, no se le hacía conocida aquella voz.
—¡Rubén! —murmuró mientras el apuesto médico se acercaba a ella.
—¿A dónde vas? —preguntó al mismo tiempo que se quitaba la bata blanca y la coloca en su antebrazo.
—Voy por un taxi —respondió ella.
—Si quieres puedo llevarte, ya terminé mi guardia. —dijo mostrando una sonrisa perfecta, de esas a la que es imposible resistirse y darle un ¡No!
—En verdad, te lo agradecería. Estaba llamando a mi prometido, pero no me coge el teléfono.
Rubén se enserió de pronto, aunque estaba embarazada, por un momento creyó que podía estar sola, sin compromiso.
—¿Seguro no habrá problema si te llevo? —preguntó un tanto incrédulo.
—No, Ignacio no es de ese tipo de hombres que cela a su pareja.
—¡Vale! Entonces vamos… aunque yo siendo él, jamás dejaría a una mujer tan hermosa sola.
—No todos los hombres sin iguales, ni las mujeres tampoco.
—Y además inteligente —volvió a sonreírle.
Mercedes entró a la habitación y de la