Marta lo siguió a paso rápido, con el corazón encogido, observando la desesperación con la que Marcos corría hacia la habitación. Aquella escena hablaba por sí sola, mucho más que cualquier confesión a medias. No hacía falta que él dijera nada para convencerse de a quien realmente amaba era a Laura.
Marcos empujó la puerta con brusquedad, entrando de golpe. Laura estaba sentada en la cama, con las manos apretadas contra la cabeza, el dolor se reflejaba en su rostro.
—¿Qué pasa, Mercedes? —preguntó él, sobresaltado.
—Mi cabeza… no aguanto el dolor —murmuró Laura entre dientes, apenas pudiendo articular las palabras.
—Ve por una enfermera, Mercedes —ordenó Marcos, con voz trémula.
La mujer salió casi corriendo y, al abrir la puerta, se topó de frente con Marta. La mirada de Mercedes demostraba el desprecio que sentía hacia aquella destruye hogares.
—¿Qué pasa, Mercedes? —preguntó Marta, llena de ansiedad.
—¿De verdad le importa? —murmuró en un tono bajo y seco, antes de seguir hacia