4/ Una historia de amor improvisada

Marcos terminó de almorzar y regresó a su habitación en el lujoso hotel donde llevaba hospedado una semana. La convención internacional de empresarios en Londres, era realmente prometedora para él y su prestigiosa empresa. 

Tomó su celular para llamar a Laura. Ella a diferencia de otras veces, estaba algo distante y eso le preocupaba. Amaba a su esposa y si algo no deseaba era tener inconvenientes con ella por lo exigente de su trabajo. 

Le marcó por tercera vez en ese día y finalmente oyó su voz agitada del otro lado. 

—¿Dónde te habías metido, mi amor? Ayer no supe nada de ti, y hoy no me has escrito ni llamado. 

—Lo siento amor, es que ayer me reuní con mi amiga Marta ¿La recuerdas? 

Marcos se quedó pensativo, eran pocas las veces que recuerda haberla visto, pero sí, muchas las veces que oyó a Laura hablar de ella con admiración. 

—No mucho —respondió con dudas. 

—Estuvo en nuestra boda. 

—En ese momento, sólo tenía ojos para ti. 

Laura sonrió. Marcos había aparecido en su vida, no como en las historias ni cuentos de hadas que leía a diario junto a su hermana Lucía cuando eran niñas, sino de forma inesperada y ardiente.

—Marta vino a acompañarme anoche. —dijo con voz suave— Me sentía un poco triste. 

—¿Te sucedió algo? —preguntó Marcos con preocupación. 

—Te cuento al llegar a casa. ¿Vale?

En el fondo, se oyó la voz de una mujer. 

—¿Con quién estás? —interrogó él.

—Es Lucía, ha venido a verme. 

—Bien, la saludas de mi parte. Ahora debo descansar. El cierre de la convención será esta noche. —comentó con fastidio.

—¿Regresarás temprano entonces? 

—No. El vuelo está pautado para las cinco de la tarde. Y mañana temprano me reuniré con unos empresarios holandeses que tienen interés en invertir en mi negocio. —suspiró hondo.— Te extraño. Ya quiero regresar a Madrid. —contestó con una mezcla de ternura y seducción. 

—También te extraño amor. Estaré esperando por ti. —dijo y antes de colgar el teléfono, agregó— Marta vendrá a cenar con nosotros mañana. 

—¿Y eso? 

—La he invitado para que nos acompañe. ¿Te incómoda? 

—No, no hay problema. Pero quería estar solo contigo —dijo elevando sus hombros.— Te amo. 

—Yo también te amo, Marcos. No sabes cuanto. 

En las palabras de su esposa parecían cargadas de melancolía. ¿Qué podía estar pasándole? Se preguntó a sí mismo. 

Dejó su celular a un lado de la mesa, colocó uno de sus brazos debajo de su cabeza y se quedó pensativo. Recordó entonces, que Laura debía haber ido al médico el día anterior y una sensación de incomodidad lo abordó. ¿Tendría que ver ello con esa tristeza que le comentó? 

Desde que Marcos conoció a Laura, siempre supo que era la mujer de su vida. Aún recuerda el momento en que tropezó con ella saliendo de la misma galería de arte y ambos intentaron tomar el mismo taxi. Comenzaba a llover y ninguno de los dos quería ceder.

—Yo lo vi primero —dijo ella. 

—Se equivoca señorita, yo fui quien lo detuvo. —afirmó él. 

Laura buscó en el chofer apoyo, pero este sólo se encogió de hombros. 

—Lo ve, —replicó él. 

Ella frunció el ceño. 

—Es usted un patán —esgrimió ella. 

—Y usted una ventajista que cree que por ser mujer tengo que dejarle mi taxi. 

El conductor del automóvil, los miró a ambos y de forma salomónica pero también conveniente, intervino.

—Puedo llevarlo a ambos, si desean. 

Ella se cruzó de brazos, estaba enojada. Pero Marcos, en cambio sonrió. Luego de la breve disputa terminaron subiendo al mismo coche. 

—Bien, ¿hacia donde se dirigen? —preguntó el taxista.

Marcos y Laura intercambiaron miradas, ella volteó los ojos y giró el rostro a un lado. 

—Lleve a la dama primero —dijo él en tono irónico. 

—No, no quiero ser ventajista. Lleve al señor primero. —contestó ella. 

—Será mejor que os pongáis de acuerdo o tendré que dejaros en el mismo lugar. —advirtió el hombre. 

—Lleve a la señorita —repitió él— Así sabré donde vive. —murmuró él. 

Laura lo miró con asombro, aunque aquel hombre le parecía un patán era realmente encantador. 

Ella se inclinó hacia el puesto del conductor y en voz baja le dio su dirección, Marcos dejó escapar una carcajada. 

—¿Qué le parece gracioso? —preguntó ella con hostilidad.

—No necesito escuchar donde vive, sólo ver el camino. —dijo él y volvió el rostro hacia la ventanilla.

De manera inesperada y un tanto infantil, ella le cubrió los ojos con ambas manos. 

—No si yo se lo impido. 

Marcos le sujetó las manos, las bajó hasta su nariz y las olió lentamente, luego descendió hasta su boca. Laura sintió un escalofrío en su cuerpo al sentir su tibio aliento y como sus labios rozaban sus dedos. 

Él se giró hacia ella, y sin más la besó. Ella trató de resistirse pero luego se dejó llevar por aquellos labios. Durante unos segundos no volvieron a hablar, sus bocas estaban muy ocupadas y sus manos también. 

El taxista vio la escena por el retrovisor y sonrió. 

—Llévenos al hotel Eunice —ordenó. 

Laura no se negó. Sólo se dejó arrastrar por sus emociones y el deseo intenso que provocaba aquel extraño con sólo mirarla. 

El coche se detuvo. Afuera, la lluvia seguía golpeando con fuerza, pero ellos parecían ajenos al mundo. Bajaron abrazados, dejando que las gotas resbalaran sobre sus rostros, riendo entre susurros, como si cada paso los acercara más al destino inevitable de aquella noche.

Al llegar a la habitación, apenas la puerta se cerró, se miraron en silencio, con la respiración agitada y los corazones desbocados. Sus labios se encontraron primero con dulzura, como una promesa, y luego con la urgencia de todo lo que habían callado. Las manos recorrieron caminos que parecían conocerse desde siempre, y en aquel abrazo se confundieron amor y deseo.

No importó la lluvia ni el tiempo: solo ellos, entregándose con ternura y pasión, como si aquella noche fuera la única.

Esa noche fue el inicio de su historia de amor.

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