Marta se sentó en la cama, esperando que Marcos entrara, aunque en el fondo tampoco quería estar a solas con él. La presencia de aquel hombre le provocaba sensaciones extrañas. Pero él, era más que prohibido para ella, era algo imposible.
Su amistad con Laura era inquebrantable y debía seguir siéndolo. No podía dejarse arrastrar por lo que empezaba a sentir por el esposo de su amiga.
—¡No! Esto no puede ser, joder. Tengo que alejarme de él. —murmuró.
Los golpes en la puerta la sobresaltaron.
—¿Quién? —preguntó con voz temblorosa.
—Mercedes, señorita. —contestó la sirvienta.
—Puede pasar Mercedes, está abierta.
La mujer giró la manilla de la puerta y entró arrastrando la maleta.
—Aquí tiene su equipaje. El señor Marcos me ha pedido traérselo.
—Sí, gracias. Puede dejarlo allí —señaló hacia el rincón de lado izquierdo.
—Me ocuparé de poner sus cosas en su debido lugar. Son órdenes de mi patrón. —dijo la mujer.
—Gracias, Mercedes. —Marta se recostó y tomó el libro para seguir le