—El médico ha dicho que Marta no puede moverse de la cama. Imagino que no te opondrás a que se quede en casa —replicó Laura con enojo.
—Haz lo que quieras Laura. —contestó con dejadez.
Se levantó de la silla, tomó el resto del vino y salió por la puerta trasera hasta el jardín.
Laura frunció el ceño, apretó los puños con rabia y caminó detrás de él.
—No me dejes hablando sola. Marta es nuestra responsabilidad.
—Ya te dije que puedes hacer lo que quieras. —replicó— si deseas que se quede esta noche en casa, hazlo. Yo dormiré en la habitación de huéspedes.
—Eso haré. No pienso dejar sola a mi amiga.
Dio la vuelta y regresó a la cocina.
—¿Señora, va a comer? —preguntó la empleada.
—Sí, Mercedes, por favor. —contestó con voz temblorosa.— pero antes suba una jarra con agua para Marta. Trate de no hacer ruido. Necesita descansar.
Marcos caminó hasta la piscina, se sentó en la silla de extensión, en silencio, pensativo por varios minutos. Las palabras de Laura se repetían una y otr