El sol de las 7 a.m. colaba suaves rayos por la ventana del baño principal. Catalina estaba sentada en el borde de la bañera de mármol, con un test de embarazo temblando en sus manos. Pochito, el viejo gato gris de pelaje lustroso, maullaba frente a la puerta cerrada, rascando la madera con insistencia.
—Un minuto, Pochito —susurró, conteniendo la respiración mientras observaba las dos líneas rosadas en la ventana del test.
El sonido de pasos en el pasillo la hizo esconder rápidamente el test bajo una toalla. Erick entró, aún con el cabello revuelto del sueño y una taza de café en la mano.
—¿Por qué te levantas tan temprano? —preguntó, besando su coronilla—. Tenemos la reunión con los coreanos hasta las once.
Catalina se mordió el labio, mirando cómo Pochito se frotaba contra el tobillo de Erick.
—Necesitamos hablar —dijo, señalando la toalla.
Erick arqueó una ceja al ver el test. Su rostro pasó de la confusión a la sorpresa, luego a un asombro que lo dejó inmóvil. La taza