El aroma a café recién preparado se mezclaba con el crujido del pan tostado al ser untado con mantequilla. Catalina, descalza y con una camiseta holgada de Erick que le rozaba los muslos, removía huevos revueltos en la sartén. Pochito maullaba alrededor de sus tobillos, frotándose contra sus pantorrillas como si quisiera consolar el nudo de preocupación que aún latía en su pecho.
—¿Necesitas ayuda? —La voz de Erick, áspera por el sueño interrumpido, la hizo volverse hacia él.
Él estaba en el marco de la puerta del baño, una toalla blanca enrollada en su cintura. Gotas de agua resbalaban por su torso marcado, algunas deteniéndose en las cicatrices apenas visibles sobre su clavícula: marcas de una infancia de "lecciones" con el cinturón de cuero de Esteban.
Catalina le tendió una taza humeante. —Hoy es mi turno de preparar el desayuno. Siéntate, esto está casi listo, mientras puedes probar las tostadas con mantequilla.
Pero Erick no tomó la taza, ni mucho menos las tostadas. En dos p