La tormenta llegó sin aviso. Truenos secos estremecieron las paredes del convento y la electricidad se cortó brevemente, dejando todo sumido en una penumbra densa. Dante, de pie en la sala principal, sintió la vibración de cada trueno como un presagio.
Vittorio estaba cerca. Y alguien dentro… lo sabía.
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Mientras Lucía ayudaba a Sor Inés con las medicinas, Elena intentaba mantener la calma. El conocimiento de su embarazo no la hacía más débil; al contrario. Por primera vez, sentía que llevaba dentro algo que valía más que todos los votos, las reglas y los miedos.
Pero también entendía lo que eso significaba: peligro. Y soledad.
No podía decírselo a Dante. No todavía. No cuando él mismo estaba dividido entre quedarse o marcharse, entre el amor y la venganza.
—¿Piensas decírselo? —preguntó Lucía en voz baja.
—Sí… pero no ahora. Si lo sabe, podría actuar desde la desesperación. Y eso lo mataría.
Lucía asintió, comprendiendo el peso del secreto. Lo que llevaban dentro ya no era sólo fe o