Mundo de ficçãoIniciar sessãoUna simple pero bella docente se ve envuelta en un triángulo amoroso, en donde dos de los hombres más importantes del país, que siempre estuvieron enfrentados entre sí, se disputan su amor hasta que ella, por miedo, decide huir de ambos. Los celos y el odio que existen entre los dos poderosos Ceos se acrecienta al perderla. En el medio queda su pequeña alumna, que encuentra en la docente el consuelo por haber perdido a su madre.
Ler maisLaura Martínez
¿Soy yo la asesina de la mujer que me humilló toda la vida?
La pregunta resonaba en mi mente mientras la furia ardía en los ojos de Carlos, ese hombre para el cual mi amor nunca fue suficiente.
—¿Qué le hiciste? —me gritó, empujándome tan fuerte que casi caí al suelo.
Mis manos se ciñeron a mi vientre abultado, instintivamente protegiendo al hijo que llevaba dentro.
—¡Nada! ¡Yo no hice nada! —supliqué entre lágrimas, con la voz rota.
***
Su madre, la mujer que yacía desplomada, había llegado convertida en un vendaval de furia. Azotó la puerta principal, se sirvió un coñac y, mientras el trago bajaba por su garganta, notó mi presencia en el descansillo. Subió la escalera con pasos pesados; el eco de sus tacones resonaba como disparos en mis sienes.
—¿Se le ofrece algo, doña Emilia? —pregunté en un hilo de voz, con la cabeza gacha.
No me atrevía a mirarla, pero sentía su respiración cargada de veneno, como una bestia a punto de lanzarse sobre su presa.
—Sí, Laura. —Su voz era un látigo—. Perdí una fuerte suma de dinero en unas inversiones. Dime, ¿acaso tú tienes con qué cubrir mis pérdidas?
Tragué saliva. El silencio se volvió insoportable. Cuando pensé que no volvería a insistir, su voz me atravesó de nuevo.
—¡Respóndeme!
—No-no, señora… —murmuré, encogida.
Entonces explotó. El vaso de coñac voló de su mano y se estrelló a mis pies; los vidrios se esparcieron como cuchillas.
—¡Pobre diabla! ¡Eres la culpable de toda mi desgracia! —Cada palabra me caía encima como ácido—. Desde que entraste en esta casa, todo se vino abajo. ¡Tú y ese bastardo que cargas en el vientre son una maldición! ¡Una maldita maldición!
Retrocedí instintivamente, pero sus ojos me perseguían con el mismo odio de siempre.
De pronto su rostro se desfiguró. Su mano buscó torpemente el barandal mientras la comisura de su boca se torcía. Sus párpados comenzaron a cerrarse y su cuerpo perdió rigidez, como si los huesos dejaran de sostenerla.
—¡Doña Emilia! —alcancé a gritar, corriendo hacia ella.
La sujeté por los brazos, tratando de sostenerla, pero su cuerpo era un peso muerto que se me escurría entre las manos. Sus ojos, enturbiados y desorbitados, aún me miraban con desprecio incluso en medio del colapso.
En ese preciso instante, los gritos habían alertado a Carlos. La puerta de la biblioteca se abrió de golpe y él salió al pasillo.
Lo primero que vio fue a su madre tambaleándose en mis brazos, segundos antes de rodar por los escalones.
El estruendo de su caída retumbó en la casa igual que una sentencia.
Y cuando levanté la mirada, Carlos ya estaba frente a mí, mirándome como si acabara de empujarla con mis propias manos.
Solo quise ayudarla.
Carlos bajó corriendo las escaleras. Yo me paralicé por un instante, hasta que lo seguí. En su rostro no había miedo por su madre, sino rabia hacia mí.
—Carlos…
Ni siquiera me dejó hablar.
—¡Cállate! —rugió mientras se agachaba junto a la mujer—. Mamá…
Sacó su celular y llamó a emergencias, pero sin apartar de mí esa mirada de fuego, como si yo fuera el monstruo que había esperado ese momento para acabar con la mujer que nunca me aceptó.
Yo, Laura, la sirvienta que un día se convirtió en su amante por accidente, estaba siendo juzgada sin defensa. Y lo peor era que ese hombre, el padre de mi bebé, no parecía tener intención de creerme.
Temía lo que pudiera pasar, más por mi hijo que por mí. Esa familia tenía el poder de hundirme en la peor mazmorra, y lo harían… aunque eso significara condenar también a la criatura que llevaba en mi vientre.
—Ella llegó enojada… me acusó de provocarle mala suerte…
—¡Deja de mentir! —Carlos me fulminó con la mirada al levantarse.
—Por favor, escúchame… yo no hice nada… —insistí, con la voz temblorosa.
No terminé de hablar cuando su mano cayó sobre mi mejilla. El golpe me arrancó un sollozo ahogado. Sentí el ardor expandirse hasta el oído, y las lágrimas brotaron sin control.
Me quedé paralizada, con la piel quemando y el corazón deshecho. Nunca antes me había golpeado. Carlos siempre había tenido un temperamento fuerte, pero esa bofetada… esa bofetada partió algo dentro de mí.
«¿Cómo llegamos hasta aquí?», pensé mientras la sangre me zumbaba en las sienes.
No siempre fue así.
Hubo un tiempo en que él no me miraba con odio. Yo lo amaba en silencio, convencida de que bajo ese traje de soberbia existía un hombre capaz de ver más allá de mi humilde condición.
Recordé la primera vez que crucé la puerta de aquella mansión. Tenía mi título en contabilidad, pero las deudas del préstamo estudiantil me asfixiaban. Cuando recibí la oferta de trabajar como sirvienta en la casa de los Borbón, pensé que era lo mejor para salir adelante; después de todo, el salario era muy superior al de muchos trabajos de oficina a los cuales podría aspirar una recién graduada. “Solo será un tiempo”, me dije.
Carlos no me dirigía la palabra. Apenas me lanzaba órdenes secas, como si yo fuera invisible. Y sin embargo, me enamoré perdidamente a primera vista.
Entonces pasó. Aquella noche, él había bebido más de la cuenta. Yo entré a limpiar el despacho cuando lo encontré desparramado en el sofá, con la corbata suelta y la mirada perdida.
—Laura… —murmuró mi nombre, arrastrando las palabras como un secreto prohibido.
Yo me congelé, pero había en su voz una urgencia, un anhelo contenido que buscaba liberarse. Así le permití a mi corazón traicionarme. El alcohol en sus venas y la ilusión en las mías se unieron en una mezcla peligrosa. Terminamos besándonos, devorándonos porque ambos llevábamos demasiado tiempo esperando ese instante.
Al día siguiente, yo quería desaparecer de la vergüenza, pero él me convenció de quedarme, volverme su amante, sin que el resto de la familia lo supiera. Acepté, porque era mejor recibir su amor y atención en secreto que no tenerlo.
Entonces, lo inevitable sucedió: quedé embarazada.
Le conté a Carlos, con nerviosismo, a las pocas semanas, cuando los primeros síntomas aparecieron. Creí que reaccionaría con ternura, que quizá vería en esa vida nueva un motivo para luchar por nuestro amor. Al principio guardó silencio, y luego se limitó a decir:
—Tendrás a ese hijo.
Había indiferencia y frialdad en sus palabras. Desde entonces, todo cambió entre nosotros. Ya no había sonrisas robadas, ni besos secretos, ni miradas furtivas. Solo hielo, distancia… y un muro levantado por la voz de su madre.
Esa mujer nunca me soportó; para ella yo era menos que una cucaracha. Un día la escuché gritarle a Carlos en la biblioteca:
—¡¿Cómo pudiste ser tan estúpido?! ¡De todas las mujeres del mundo, tenías que embarazar a esa sirvienta! ¡Eres igual a tu padre!
Mi corazón se encogió. Él no decía ni una palabra para defenderme.
—Diviértete lo que quieras con esa, pero no me traigas a la pobre diabla como madre de un heredero.
Me quedé helada tras la puerta, con la bandeja en las manos temblorosas. Entonces, entendí que para esa familia nunca sería suficiente. Que mi amor, mi esfuerzo y hasta mi sacrificio valían menos que nada frente a sus prejuicios.
***
El recuerdo se desvaneció con el sonido de la sirena de la ambulancia. La mejilla aún me ardía y las lágrimas nublaban mi visión.
Los paramédicos entraron deprisa, revisaron a la madre de Carlos y comenzaron a trasladarla en la camilla. Yo los observaba con un nudo en la garganta, sintiendo que con cada paso se me escapaba también la poca esperanza que me quedaba.
Carlos se giró hacia mí. Me miró de una forma que jamás olvidaré. No había rastro de compasión en sus ojos, solo odio.
—Si mi madre muere, tú pagarás con tu vida —susurró con un veneno que me heló hasta los huesos.
Yo abracé mi vientre con ambas manos. No solo me amenazaba a mí. También lo hacía al ser inocente que crecía dentro de mí.
Y mientras la ambulancia se alejaba con las luces rojas reflejándose en las paredes de la mansión, supe que mi vida había cambiado para siempre. Ya no era la sirvienta enamorada ni la joven ingenua que soñaba con un futuro a su lado.
Me convertí en la enemiga número uno de esa familia.
Más tarde, cuándo se quedaron solos, Piero sacó el tema del colegio, a él no le importaba si ella quería trabajar de docente, pero fue herida de bala y estaba embarazada, por eso creía que no era conveniente que ella ejerciera.Se lo expuso así.-¿Y qué voy a hacer todo el día?-Cursá por la mañana o por la tarde, luego, cuando nazca el bebé, nos fijamos si querés seguir ejerciendo.-Yo quiero seguir trabajando este año.-Es una decisión tuya y la respeto- dice Piero, sin estar de acuerdo con lo que plantea Mora- El tema es que todavía estás herida y el primer mes de clases no podés asistir, por lo que te va a reemplazar una maestra suplente y desde mediados de año, tampoco vas a poder dar clases, por el embarazo, tanto cambio para tus alumnos, no sé si es conveniente.La docente se dio cuenta que efectivamente su prometido tenía razón y se lo admitió.Piero pensaba que no era necesario que ella trabajase, pero sabía lo importante que era para Mora la docencia, por lo que se lo iba a
Los padres de Mora tenían cierta reticencia a que ella viviera con Piero tan pronto, pero estaban contentos de que él se hiciera cargo de la paternidad y se notaba que amaba a su hija.Camila estaba feliz de que finalmente se cumpliera su sueño, el que Mora sea su mamá, sabía que su madre había fallecido y le dolía mucho, pero ella sentía que Mora la cuidaría siempre, se lo demostró cuándo recibió la bala, poniéndose delante, para protegerla.Era su verdadero ángel.-¿Chiquita…querés que nos cambiemos de dormitorio?Le preguntó Piero, después de pensarlo durante días.-¿Te trae muchos recuerdos de ella esa habitación?Le preguntó con voz temblorosa.-No mi cielo, para nada, te pregunto por si vos te sentís incómoda, realmente a mí no me importa, solo quiero hacerte feliz.-No lo había pensado.-Recorramos las habitaciones y luego decidís.Mora estaba de acuerdo, es verdad que no había pensado en eso, pero ahora se dio cuenta que le hacía cierto ruido ese tema.-Si querés redecorar tod
Piero llevó a cenar a su hija y las dos guardaespaldas se quedaron como custodias en la puerta de la habitación de Mora, cuando se quedaron solas, decidieron entrar y explicarles la situación, la docente ya tenía el alta para el día siguiente, estaba mejor.-¡Chicas, que alegría!-Hola Mora, estás mejor.-Sí, aunque me sigue doliendo un poco, pero estoy feliz, Piero está contento y me pidió que me case con él.-Lo sabemos, queremos hablar con vos.-¿Qué sucede?-Quiero que te enteres por nosotras…Mora estaba preocupada, se incorporó un poco en la cama, aunque lo hizo con dificultad.-Nunca te conté cuál es mi trabajo.-No, sí..me dijiste que trabajabas con algo relacionado con la carrera que estudiamos.Le dijo a Sally.-En realidad no es así.Confesó la custodio.-No entiendo nada.-Cuando Amadeo no dejaba de molestarte, Piero quería protegerte y…te puso dos guardaespaldas invisibles, sin que vos lo notes.-¿Por qué hizo eso?-Es evidente que le importabas mucho.-¿Qué tiene que ver
Sofía y Bruno almorzaron, más bien merendaron, con Camila y luego la niña volvió al hotel.Piero comió algo de pasada, no tenía hambre, pero se ocupó que la comida de Mora sea nutritiva, de ahora en adelante, él quería cuidarla y brindarse por entero.Estaba con ella en la habitación de la clínica.Le iba a pedir que vivieran juntos desde ese momento y cuándo ella estuviera mejor, se casarían.Se lo iba a proponer al día siguiente, si es que Mora estaba mejor.Sofía se asomó a la habitación y vio que estaban los dos durmiendo, entonces decidió hablar con sus padres.Les contó lo sucedido y le dijo quién era el padre del bebé, les dijo que en cuánto Piero se enteró, estaba feliz, que se iba a casar con Mora, eso no lo sabía pero lo suponía.Sofía no quería que viajen angustiados o nerviosos.-Mora, en cuánto le den el alta, vuelve a Buenos Aires, no es necesario que vengan.-Salimos en un rato.Le contestaron, no iban a quedarse de brazos cruzados si su hija estaba en esas condiciones.
Sofía entró a un cuarto en donde se guardaba la ropa de cama para la gente que necesita internación.No podía más con su genio, tenía mucha bronca, Bruno estaba casado y tenía hijos, tenía que reconocer que esa elegante y alta mujer, era linda, a pesar de que aparentaba haber pasado por varios años los 30.Se abrió la puerta de ese cuarto y ella se escondió detrás de un mueble, aunque sobresalían sus zapatos, el guardaespaldas salió discretamente, pero le avisó a Bruno, quién unos segundos después entró a ese cuarto y la encontró llorando, él no sabía a ciencia cierta porqué.Aunque la discusión con su hermana y su prima, más todo lo vivido, era motivo suficiente.-Bebita, cielo, yo estoy acá.-¡Andate! ¡Te odio!Bruno no entendía qué sucedía.-¿Qué sucede?-¡Sos un caradura! ¡Pasaste la noche conmigo y estás casado!-¿Casado?-¿Es tu novia?Bruno no recordaba a ninguna mujer que se le pudiera haber acercado como para que ella piense eso.-¿De qué hablás?-Sos un falso, te reís de mí.
Entró Ricardo, diciendo que Camila estaba por llegar, que era mejor que entrara Amadeo en ese momento, que les prometió retirarse luego de hablar con Mora, que él y otro custodio iban a estar presentes.Piero salió de mala gana.-Perdón.Le dijo Amadeo cuándo estuvo en la habitación.Ella se asustó al verlo, luego vio a Ricardo y se tranquilizó un poco, pero la angustia no cedía.-Perdón, te amo tanto que no hice más que equivocarme, nunca le hubiera disparado a Camila y mucho menos a vos, solo quise demostrarte poder, te perdí y soy el único responsable, no te culpo, pero te juro que estaba a tus pies, no solo mi fortuna, sino yo también.-Lo sé, perdón por no amarte como te merecés.Sus palabras no reconfortaron a Amadeo, pero todo hablaba de lo maravillosa que era Mora.-Te amo.Le dijo el Ceo.-Y te voy a respetar, te deseo lo mejor para vos y para el bebé.Mora estaba muy asustada, tenía miedo de que más adelante intentara algo.-Amor, veo miedo en tu mirada, aunque no me puedas





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