Alina
El sol se ha puesto sin ruido.
Como si incluso él, esta noche, no se atreviera a perturbar el silencio que las Ancianas dejaron atrás.
El palacio está inmóvil.
Los pasillos, vacíos.
Las antorchas, apenas titilantes.
Incluso las sombras parecen en oración.
He subido sola, lentamente.
Cada escalón era un peso.
No una fatiga.
No.
Una nueva densidad.
Como si cada piedra del palacio recordara lo que me había convertido y me mirara pasar en silencio.
Damon no ha dicho nada.
Me ha seguido a distancia, en silencio.
Aún no me toca.
Pero su mirada no me ha dejado ni un instante.
Lo sentía:
no sabía si aún me amaba como antes…
o si me amaba más fuerte a pesar de sí mismo.
La habitación está sumida en una penumbra ámbar.
Las cortinas cerradas.
Un fuego discreto ronronea en la chimenea, proyectando reflejos de ámbar y brasas en las paredes.
El aire es cálido, pero cargado.
Denso, casi vibrante.
Me desnudo sin prisa.
Una a una, las capas caen.
No me escondo.
No quiero.
Quiero que él vea.
Los