Alina
No duermo.
O tal vez sí.
Pero no es un sueño ordinario.
Es una suspensión.
Un hilo tenso entre dos mundos.
Mi cuerpo está allí, anclado contra Damon, su calor suave, regular, reconfortante.
Su mano se ha posado en mi costado sin pensarlo.
O tal vez sí.
Su palma abraza la curva de mi cadera.
Respira conmigo.
Escucha.
Y en el silencio entre nuestros alientos,
oigo más que su corazón.
Oigo el del Reino.
Late.
Pesado. Lejano.
Pero presente.
Late en mis huesos.
Pulsa en mis palmas.
Sube bajo mi piel como una marea antigua.
Cierro los ojos.
Y allí estoy.
Una llanura abierta.
Amplia. Ventosa.
El cielo es bajo, gris perlado, salpicado de cenizas flotantes.
El olor es el del fuego pasado:
el de la hollín, del hierro frío, de las lágrimas ya secas.
Bajo mis pies descalzos, la tierra está tibia.
Viva.
Pero marcada.
Delante de mí se extiende el Reino… después.
No destruido, no.
Transformado.
Como una piel caída.
Como un viejo nombre olvidado.
Las ruinas se elevan, orgullosas a pesar de las