Alina
Ellas llegan al amanecer.
En silencio.
No hay una voz.
No hay un paso de más.
Solo el murmullo del musgo que pisan.
Solo la tierra que parece apartarse a su paso, como si las reconociera.
Vienen de lejos.
De montañas donde ya no vive nadie.
De pantanos donde las lámparas se apagan solas.
De bosques que han olvidado el nombre de las estaciones.
Son los restos de una era que los libros no se atreven a evocar.
Las he visto en sueños, tantas veces.
Sus siluetas vestidas de negro, de ceniza, de luna.
Sus manos arrugadas como la corteza de los primeros árboles.
Sus rostros cubiertos de símbolos que no puedo leer pero que mi vientre reconoce.
No tienen nombre.
O mejor dicho: están más allá de los nombres.
Son aquellas que regresan cuando el mundo tambalea.
Las viudas de los tiempos primordiales. Las guardianas del umbral. Las madres de la ante-memoria.
Las caídas benditas.
Las sobrevivientes del Todo-primer Fuego.
Y esta mañana, entran en el patio del palacio, una a una.
Once.
Caminar