Damon
El amanecer es gris. La luz que filtra a través de las tablas rotas de la cabaña es pálida, casi fantasmagórica. Sin embargo, el calor del cuerpo de Alina contra el mío es muy real, tan real como el peso de su mano sobre mi pecho.
Podría quedarme así eternamente, escuchando su respiración regular, sintiendo el latido de su corazón resonar en eco con el mío. Pero el mundo exterior nos espera, y con él, el peligro.
Alina gime débilmente al moverse contra mí. Siento sus piernas enrollarse alrededor de las mías, la suavidad de su piel contrastando con la dureza de mi cuerpo tenso.
— Damon…
Su aliento roza mi garganta, desencadenando un escalofrío a lo largo de mi columna vertebral. Abro lentamente los ojos y encuentro sus pupilas de un verde profundo fijas en mí.
— ¿Nunca duermes? murmura ella, trazando con la yema de sus dedos la línea de mis abdominales.
Sonrío débilmente. — No cuando estás en mis brazos.
Ella muerde su labio inferior, y siento una oleada de deseo