La noche había caído sobre la ciudad como un telón denso y pesado, ocultando entre sombras los secretos más oscuros que aún permanecían enterrados. En la sala principal de la casa, José Manuel estaba de pie junto a la ventana, con la mirada clavada en la calle desierta. Eliana lo observaba desde el sofá, con el corazón palpitándole en el pecho. Sabía que algo lo inquietaba profundamente. Podía verlo en su expresión, en la forma en que apretaba los puños y exhalaba lentamente, como si prepararse para hablar le costara cada gota de su fuerza.
—Necesito decirte algo —empezó él, sin mirarla todavía—. Algo que… probablemente te va a doler.
Eliana se incorporó un poco, atenta, con una mezcla de temor y curiosidad en los ojos. Su voz fue apenas un susurro.
—¿Tiene que ver con lo que descubriste?
José Manuel asintió lentamente. Luego se volvió hacia ella, caminando con pasos firmes pero pesados, como si cada uno llevara el peso de un siglo.
—Samantha no solo estuvo involucrada en los atentado