Eliana despertó con el corazón latiendo más rápido de lo habitual. Aunque el sol apenas despuntaba en el horizonte, su mente ya estaba activa. En pocas horas, sabría si su intuición tenía razón. Si aquella conexión tan real que sentía con María José tenía un lazo sanguíneo… o si simplemente era el destino regalándole una amistad profunda.

Bajó las escaleras con paso lento, aún en pijama, y se sorprendió al ver a María José ya en la cocina, sirviendo dos tazas de café.

—Dormí poco —admitió ella al verla—. ¿Tú?

—Casi nada —respondió Eliana con una sonrisa cansada, pero sincera.

María José le extendió la taza y se sentaron juntas en la barra. No dijeron mucho, pero el silencio entre ellas no era incómodo. Era más bien como una espera compartida. Una antesala a algo que ninguna sabía cómo cambiaría sus vidas.

Poco antes del mediodía, José Manuel llegó acompañado de un hombre de mediana edad, rostro sereno, maletín discreto en mano.

—Chicas, él es el doctor Sebastián Rivas. Confío plenamen