El reloj marcaba las ocho de la noche cuando Eliana terminó de arreglarse frente al espejo. Su vestido negro de seda se ceñía a su figura con una elegancia natural, dejando al descubierto sus hombros con un escote sutil pero sofisticado. La tela se deslizaba hasta el suelo con una abertura en la pierna que le daba un aire de delicada sensualidad. Su cabello estaba recogido en un moño suelto, con algunos mechones enmarcando su rostro, y el maquillaje resaltaba sus ojos con tonos ahumados y labios en un rojo profundo.
Suspiró, sintiendo un leve nudo en el estómago. No era solo la importancia de la velada lo que la inquietaba, sino la presencia de José Manuel.
Un sonido de bocina la sacó de sus pensamientos. Tomó su bolso y bajó las escaleras con paso firme, encontrándose con Issac esperándola junto a su auto con una sonrisa encantadora.
—Estás impresionante —dijo él, recorriéndola con la mirada.
Eliana sonrió, pero su expresión tenía un dejo de melancolía.
—Gracias.
Issac frunció el ceñ