La puerta se cerró con un suave clic que retumbó como un eco en el pecho de Eliana.
El sonido de los pasos de Samuel bajando los escalones y el sonido del motor del carro encendiéndose confirmó que se habían ido. El silencio volvió a ocupar cada rincón de su casa como si esperara justo ese momento para envolverlo todo.
Eliana se quedó de pie junto a la puerta por unos segundos, como si sus pies no quisieran moverse todavía. Su mano seguía posada sobre la manija, como si soltarla significara aceptar lo que acababa de pasar.
Lo que acababa de pasar…
Cerró los ojos.
El beso.
Los dos besos.
Los susurros.
Las palabras.
“Te amo, Eliana.”
Sintió un pequeño temblor en las manos y las llevó a su pecho, como si pudiera calmar desde afuera el torbellino que se le había desatado por dentro.
Avanzó con lentitud hasta la sala, el lugar donde apenas unas horas antes habían construido una fortaleza con sábanas, comido macarrones con queso y reído como si el mundo no doliera. Todo parecía lejano ahora