Eliana puso el cuchillo sobre la mantequilla, sonrió y alzó una ceja.
—¿Entonces viniste hasta acá con la excusa del pan, pero en realidad esperabas encontrarme… cómo? ¿Con cara de mujer enamorada?
María José tomó asiento a su lado, con la confianza de quien no necesitaba invitación. Sus ojos chispeaban de ternura mientras estiraba una mano para robar un trozo del pan tibio.
—No, no te subas al podio tan rápido, señora CEO con mejillas rosadas —respondió entre risas—. En realidad… vine porque necesitaba pedirte algo.
Eliana la miró, extrañada.
—¿Pedirme algo?
—Sí… —María José tragó pan, carraspeó un poco, y bajó la mirada—. Iba a tocar la puerta y decirte: “¿Tienes una taza de avena que me prestes?” pero luego el pan se cruzó en el camino, y luego tus mejillas color manzana, y luego tu cara de que acababas de tener una noche… interesante, y se me olvidó todo.
Eliana soltó una carcajada tan espontánea que terminó doblándose un poco sobre la mesa.
—¿Una taza de avena? —repitió aún riend