El bullicio del recibimiento fue apagándose poco a poco. Los empleados, aún emocionados, regresaron a sus puestos. Eliana, con el corazón acelerado, cruzó lentamente el pasillo hasta llegar a su oficina. La puerta de cristal se cerró con un suspiro detrás de ella, como si incluso el aire del lugar hubiera estado esperándola.
Miró a su alrededor.
Todo estaba exactamente igual… y, sin embargo, todo se sentía distinto. El sofá gris junto a la ventana. Su escritorio impecable. Las estanterías con los portafolios de cada proyecto que había construido con su visión… y al fondo, ese ventanal amplio que le regalaba una vista majestuosa de la ciudad que un día soñó conquistar.
Pero lo que más la conmovió fue una pequeña caja de madera, sobre su escritorio, con una tarjeta escrita a mano: “Para que recuerdes que nunca dejaste de ser la jefa, aunque te hicieran dudar.”
Andrea.
Eliana cerró los ojos por un instante. El peso de tantas emociones apretaba su pecho con una mezcla de gratitud y dolor.