La jornada avanzaba con tranquilidad. Los empleados aún hablaban del emotivo discurso de Eliana. En cada pasillo, su nombre era mencionado con respeto y admiración. Había algo en su mirada, en su porte, que hacía imposible no detenerse a mirarla. Era la mujer que había renacido de las cenizas. La que había demostrado que el liderazgo auténtico no necesita ruido para hacerse notar.
Andrea entró a la oficina con una sonrisa curiosa.
—Hay alguien en recepción que pregunta por ti —anunció, con una mirada casi traviesa—. Y... trae flores. Y chocolates.
Eliana frunció el ceño, sorprendida. No esperaba visitas, mucho menos con detalles. Se levantó con cierta intriga, alisando suavemente su blusa, y caminó por el pasillo hasta la recepción principal de su piso.
Y entonces lo vio.
Alto, con su siempre impecable porte, Alejandro sostenía un ramo de flores frescas —lirios blancos y peonías rosadas, sus favoritas— y una caja de chocolates artesanales en una bolsa elegante. Su sonrisa era la misma