Eliana ajustó el cinturón de seguridad mientras el auto avanzaba lentamente por la avenida principal. Aquel recorrido, tan conocido, le resultaba hoy extraño. Cada semáforo, cada cruce, cada esquina… todo parecía teñido de una nostalgia aguda, como si los edificios mismos la recordaran y la saludaran en silencio.
Iba sola. Había decidido no llevar a nadie, no porque no quisiera compañía, sino porque necesitaba enfrentarse a ese momento consigo misma, sin escudos. Solo ella y su historia.
La radio del auto sonaba baja, pero ella no escuchaba nada. Su mente era un remolino de pensamientos: ¿cómo la recibirían?, ¿seguirían confiando en ella?, ¿habría valido la pena todo este silencio? Llevaba semanas preparándose para este día, diciéndose que era fuerte, que era capaz. Pero ahora… ahora su estómago era un nudo, y sus manos, aunque firmes en el volante, temblaban apenas.
Se detuvo frente al semáforo en rojo justo frente al edificio. Su edificio. Alto, imponente, con sus cristales azules b