José Manuel y Eliana caminaron lado a lado, en dirección a la sala, sin pronunciar palabra. La luz tenue iluminaba sus rostros, dejando ver en ambos una mezcla de cansancio, incomodidad… y algo más profundo, más doloroso.
Cuando llegaron al final del pasillo, José Manuel se detuvo. Eliana también lo hizo, como si algo dentro de ella le indicara que debía escuchar.
—Eliana —dijo él, con un tono bajo pero firme, mirando hacia el suelo por un segundo antes de alzar los ojos hacia ella—. Quería hablar contigo un momento.
Ella giró apenas el rostro, expectante. Su expresión era neutra, difícil de descifrar. José Manuel tragó saliva, buscando las palabras correctas.
—Mañana por la mañana… Samuel y yo nos iremos.
Eliana no reaccionó. Ni un gesto, ni una palabra. Sus labios permanecieron sellados, sus ojos fijos en los de él, como si esperara que continuara.
—Ahora que Isaac y María José están de vuelta… y Gabriel ya regresó a su casa, creo que no hay motivo para que yo siga aquí. Esta es tu