El cielo comenzaba a teñirse con los tonos cálidos del atardecer, mientras una brisa suave recorría la casa como un suspiro que anunciaba la calma. En medio de la celebración y de la alegría que llenaba el ambiente, José Manuel se apartó en silencio. Se asomó al balcón, buscando algo que no sabía nombrar. Tal vez aire. Tal vez respuestas.
Se apoyó contra la baranda, observando cómo las nubes se movían lentas, como si el tiempo hubiera bajado su ritmo para permitirle pensar. El murmullo de las voces se escuchaba a lo lejos, como una melodía distante que no terminaba de alcanzarlo.
Isaac lo vio desde el comedor y, tras dudar unos segundos, lo siguió. Cerró la puerta corrediza con suavidad al salir, como si no quisiera romper la burbuja de silencio que rodeaba a José Manuel.
—¿Puedo acompañarte? —preguntó con voz baja.
José Manuel asintió sin mirarlo. Isaac se colocó a su lado, imitando su postura, con las manos apoyadas en la baranda. Por unos instantes, el silencio fue su único lenguaj