La tarde caía lentamente sobre la ciudad. El cielo se teñía de tonos cálidos, y desde la ventana del hospital se podía ver cómo el sol iba cediendo terreno a la noche, que se acercaba con pasos lentos y silenciosos.
Isaac permanecía junto a Gabriel, tomándolo de la mano mientras caminaban por el pasillo del hospital. Atrás quedaban Eliana con Samuel y José Manuel, quienes hablaban en voz baja para no interrumpir la conversación entre padre e hijo.
Gabriel parecía más tranquilo, pero sus ojos seguían algo húmedos, como si aún temiera que todo aquello fuera un sueño que podía desvanecerse en cualquier momento.
Isaac se agachó a su altura y le sostuvo el rostro con suavidad.
—Gabriel, quiero hablar contigo de algo importante —dijo con voz serena—. Esta noche… me voy a quedar aquí en el hospital con tu mamá.
El niño lo miró con cierta alarma en sus ojos, y de inmediato apretó más fuerte la mano de su padre.
—¿Pero por qué? ¿Se va a poner mal otra vez?
Isaac negó con la cabeza, acariciándo