María José no había dejado de mirar a Gabriel, recostado sobre su pecho, como si necesitara asegurarse cada segundo de que él realmente estaba ahí. Su manita aún apretaba la tela de su bata con fuerza, y ella no dejaba de acariciarle el cabello con delicadeza. Era como si ambos temieran que, al cerrar los ojos, todo se desvaneciera.
Isaac, de pie a su lado, la observaba con una mezcla de gratitud y alivio. La imagen de ambos abrazados era el premio más sagrado después de tantos días de lucha.
Pasaron varios minutos así, en silencio. Un silencio dulce, cargado de emociones, hasta que Isaac se inclinó un poco y le acarició el rostro a María José.
—Hay alguien más que quiere verte —le dijo en voz baja, con una media sonrisa.
Ella alzó la mirada, confundida al principio, pero luego comprendió que no se refería a nadie del personal médico. Había alguien más… alguien importante.
Isaac se acercó a la puerta y la abrió suavemente. Del otro lado del pasillo, Eliana se acercaba, tomada de la ma