Samantha se llevó una mano al pecho, como si sus palabras la hubieran herido físicamente. Pero aún así, no se rindió. Su voz volvió a volverse suave, casi dulce.
—¿Y si me das solo un mes? José… no me hagas esto tan de golpe. Un mes aquí. Te prometo que no me meteré en nada. No molestaré. Solo… solo necesito encontrar un lugar decente. Con tiempo. Por favor.
Él negó con la cabeza, con tristeza.
—No es sano para Samuel. Y tampoco para ti. Todo lo que necesitas ya te lo estoy dando. Esa casa es más de lo que mereces. Haz lo correcto por una vez.
Samantha se quedó callada unos segundos, respirando agitada. Sus ojos se llenaron de furia contenida.
—Muy bien —murmuró al fin—. Acepto tu “generosa” oferta. Al fin y al cabo, una casa es una casa, ¿no? Pero que te quede claro algo, José Manuel: no voy a desaparecer tan fácil. No voy a dejarte con ella. Tú no sabes quién es Eliana ahora. Tú no sabes en lo que se convirtió.
—Yo sí sé quién eres tú —respondió él con frialdad—. Y eso me basta para