El sonido de las llaves girando en la cerradura retumbó por el pasillo silencioso de la mansión. José Manuel entró, cerrando la puerta detrás de sí con pesadez. Sus pasos eran lentos, su mente aún atrapada en la imagen de Eliana sonriendo con dulzura mientras Samuel dormía en sus brazos. Había algo en esa paz, en esa escena… que lo hacía desear detener el tiempo.
Pero apenas cruzó la sala, un silencio extraño lo envolvió. No había televisión encendida, ni música, ni pasos apresurados. Solo el sonido suave de una copa siendo colocada en la mesa. Al levantar la vista, la vio. Allí estaba ella, sentada en el sofá como si no tuviera preocupaciones en el mundo, con una copa de vino tinto en la mano y una sonrisa perfectamente ensayada en los labios.
—¡Mi amor! —exclamó Samantha con entusiasmo exagerado al verlo—. ¡Qué milagro tenerte por fin en casa!
Se levantó de inmediato y caminó con ligereza hacia él, como si se tratara de una escena de película. Lo abrazó sin darle oportunidad de esqu