El amanecer aún no había llegado cuando Eliana se despertó de nuevo, con el corazón acelerado y la respiración entrecortada. Se incorporó lentamente, sus ojos buscando en la oscuridad algo familiar, algo que le diera consuelo. Pero todo parecía un sueño borroso, como si estuviera atrapada en un mundo que no reconocía.
El silencio de la casa le resultaba abrumador.
El aire frío de la mañana se filtraba a través de las rendijas de la ventana, mientras las sombras de la noche aún se aferraban a las paredes.
—José… —murmuró, su voz temblorosa, aunque su mente seguía sin comprender completamente qué estaba sucediendo. El miedo, ese mismo miedo irracional que había sentido durante la pesadilla, comenzaba a invadirla de nuevo.
Se movió rápidamente para levantarse de la cama, pero el mareo la frenó, obligándola a caer de nuevo contra las almohadas. El sentimiento de desorientación la envolvía cada vez que despertaba, como si estuviera fuera de lugar, como si no estuviera en su propio cuerpo.