Se levantó de la cama tambaleándose, cruzó el cuarto hasta el pequeño tocador y se miró en el espejo.
La mujer que la observaba desde el otro lado del cristal no era la María José de antes.
Esta mujer estaba más delgada, sus ojos estaban hundidos, su piel pálida, sus labios partidos.
Sin embargo, en sus ojos, aún brillaba algo:
Fuerza.
Determinación.
Se limpió las lágrimas con la manga del suéter.
Tal vez era momento de replantearlo todo.
Tal vez debía seguir el tratamiento… pero por ella misma, no por lo que Isaac pensara o dejara de pensar.
Tal vez era momento de poner límites, de protegerse, de dejar de esperar a que alguien más viniera a salvarla.
—Por ti, Gabriel —susurró, apoyando la frente contra el espejo—. Voy a luchar por ti.
Y si Isaac no quería acompañarla en esa batalla… entonces lo haría sola.
Sola.
Pero viva.
Dejó escapar un suspiro tembloroso, secó las últimas lágrimas, y regresó a la cama.
Sabía que el día siguiente sería igual de difícil, o incluso peor.
Sabía que la